INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

Programación de la religiosidad del hombre

septiembre 16, 2022 · 16:26 1

Desde siempre en la mente del hombre ha existido el concepto de un ser plenamente perfecto en sí mismo. Transcurrido el tiempo, el deseo de este ser perfectísimo pasó a la voluntad humana, para que se hiciera realidad, y cuando esto se cumplió, el hombre se complació en ello, viendo las ventajas que le reportaba, y lo amó entrañablemente, y comprendió que Dios le amaba, hasta tal punto que convirtió la ley del decálogo en paternidad amorosa, y la religiosidad del hombre se hizo auténtica filiación de hijo.

Desde entonces las relaciones Dios – hombre son otras: las leyes imponen obligaciones y causan alejamiento, con el consiguiente miedo a ser sancionados si hemos delinquido en algo.

Ante este comportamiento de Dios, el hombre pasó del miedo a la generosidad; pasó del cumplimiento de mínimos, a lo que obliga la ley, a una actitud de generosidad impulsado por el amor de padre con que Dios le estaba tratando.

En efecto, el Señor había cambiado el derecho legislativo por la promesa de perdón y la abundancia de dones. Ahora Dios ya no es sancionador de culpas, sino perdonador de pecados. Espera al hijo que vuelve a casa en la que encuentra al padre bueno, acogedor como siempre y que hace fiesta, cuando el hijo llega, puesto que un padre, puesto a amar, ama para siempre y jamás reprocha el mal recibido, sino que celebra festivamente el regreso del hijo díscolo, sin el cual el hogar estaba empobrecido, y el corazón del padre seguía llorando la ausencia del hijo perdido. Este comportamiento es impensable en el corazón humano, pero para Dios nada hay imposible, y la antigua casa paterna continúa siendo el hogar del hijo pródigo, y en el pecho del padre bueno sigue palpitando un corazón que estrena su paternidad amorosa que jamás se había envejecido.

Los cristianos si miramos al pasado, no vemos infidelidades, sino perdones del Señor, y si miramos al futuro, nuestros ojos sólo contemplan promesas de eterna felicidad. Consiguientemente en nuestros corazones no caben pesimismos ni desolaciones, sino gratitud y esperanza de recompensa de gloria eterna, porque al Señor le hemos costado mucho, y su sangre derramada es el precio de nuestra salvación. Dejemos, pues, de hablar de un Dios sancionador, y presentemos a un Dios salvador, que nos ha redimido del pecado y de la muerte eterna. Mirémosle como fuente de vida y como horno ardiente de perdón y misericordia, y miremos nuestro futuro como el Cielo de gloria en el cual nos espera el Señor.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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