INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

Amor de Dios y amor fraterno

julio 15, 2022 · 17:43 X

Todo es cuestión de amor. El amor es más eficaz que las leyes. Dios es amor, no estático, sino dinámico. Dios creó al hombre para tener a quien amar. El hombre es el único ser a quien Dios ama por sí mismo.

Existen dos valores supremos: Dios y el hombre. Dios es el supremo valor absoluto. El hombre es el supremo valor relativo.

Dios ama al hombre con amor creador, paterno, redentor, eucarístico… Dios ama a todos los hombres y a todo el hombre: alma y cuerpo.

El amor es gratuito: no impone obligaciones legales, pero merece correspondencias cordiales. A un amor que llegó a la sangre, no basta corresponderle con un amor mediocre, incoloro, absurdo. Al infinito amor de Dios debemos corresponderle, amándole en su persona, en la Eucaristía, en su Iglesia… Y tenemos que amarle en nuestros hermanos, porque el hombre es el supremo valor creado por Dios; porque es el único ser a quien Dios ama por sí mismo, y porque es el sacramento de la presencia de Dios: es la cara visible del creador.

Esto es lo que Dios quiere de nosotros: que nos amemos unos a otros como Jesús nos ama: extensivamente e intensivamente. Extensivamente: Dios no excluye a nadie de su afecto, ni de su redención, ni de su perdón… Intensivamente: en su cuerpo y en su espíritu. En su cuerpo: San Juan Crisóstomo: “os cuidáis mucho de que no le falten flores y luces…a los altares de vuestros templos…y no os cuidáis del cuerpo místico de Cristo, que tiene hambre”.

En el principio, Dios sentó a todos sus hijos en la mesa de la creación: allí había cabida para todos y pan abundante para cada uno. Si hoy son muchos los que se mueren de hambre, es porque no sabemos compartir. El hambre de un hermano nuestro es un pecado contra la vida; es un sacrilegio, porque la vida es sagrada.

Para evitar la pandemia del hambre, el Señor sigue poniendo abundancia de bienes en el banco de la creación. Un día en la montaña, Jesús sintió lástima de la muchedumbre que llevaba varios días sin comer, y multiplicó milagrosamente los panes y los peces para hartarlos a todos. Hoy como entonces, el Señor siente compasión de los más de mil millones de personas que tienen que acostarse sin poder cenar, después de haber buscado en las barreduras algo que llevarse a la boca, y no multiplica el pan, sino que se dirige a nosotros y nos dice: “dadle vosotros de comer”. En la mesa del universo hay pan para todos, pero faltan manos repartidores.

La denuncia es urgente, pero la escucha se hace esperar. La sordera no es cosa de oídos: es insensibilidad de corazones. A Dios no se le escucha, y nuestros hermanos se mueren de hambre, porque las bellotas son para los cerdos, pero el pan es para nuestros hermanos. Compartamos nuestra mesa con ellos para que nadie se muera de hambre.

No nos gusta este mundo, pero lo amamos, y porque lo amamos tenemos que hacer algo por él. Urge cambiar el derrotismo por el convencimiento de que otro mundo es posible. Urge que cambiemos nosotros mismos, porque al Señor le duele el padecimiento de los que sufren, y espera el buen hacer de los buenos. Urge cambiar esta situación, que prolonga la pasión del Redentor. Esto no puede continuar así. Urge remediarlo. Pongamos manos a la obra, porque aquí también cuenta nuestra responsabilidad.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo