INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

El Espíritu Santo, corazón de Dios

julio 8, 2022 · 17:48 0

Hay verdades cuyo contenido no podemos conocer sin que se nos revele, y aún revelado no podemos comprender ni explicar. Uno de estos problemas es la obra del Espíritu Santo en nuestras almas. La única manera de percibir el dinamismo del Espíritu en nosotros, es estudiándolo a través de sus dones y de sus frutos.

Para hacernos comprender en qué consiste el don del Espíritu, la Escritura Santa, más que exponernos conceptos, nos invita a mirar el comportamiento de Jesús con su Padre y con nosotros.

La revelación, más que hablarnos de ideas, nos expone ejemplaridades, para que las imitemos; y despierta en nosotros el interés por el saborear la sublimidad de las cosas sobrenaturales, mirándolas con los ojos del corazón. Así lo hizo el Señor. Terminada la obra de la creación, miró todo lo que había hecho, y exclamó: «Todo es bueno, y el hombre es muy bueno». Esta contemplación del bien que Dios había hecho, debe suscitar en nosotros sentimientos de admiración y gratitud, y estimularnos a protegerlos y, en la medida que de nosotros depende, hacer que todo lo que Dios ha hecho, crezca cuantitativamente y cualitativamente. Este ha sido el encargo que nos hizo el Creador: «Creced y multiplicaos…» Y para que podamos llevarlo a buen término, nos hizo el preciado regalo de la ciencia. Esto no nos prohíbe cuidar el temor de Dios, que nunca debemos de identificar con el miedo al mismo Dios. El miedo implica sospecha de presencia de peligro en el otro; cosa que jamás es posible pensar de Dios, infinitamente bueno y bienhechor.

Lo que sí cabe es el «temor» por nuestra parte, fruto del reconocimiento de no saber corresponder a los dones del Señor.

El miedo aleja del peligro, en previsión de evitarlo. El temor estimula el interés de la propia superación para corresponder al bien recibido. Los dones estimulan la superación para evitar el temor, y nos ayudan a tomar conciencia de que estamos en deuda con el Señor, y de que saldar deudas es un deber de conciencia, que no debemos olvidar.

Para estimular el cumplimiento de nuestras obligaciones, Dios nos rodea de un cúmulo de beneficios, llamados dones del Espíritu Santo, que crean en nosotros una actitud proclive a corresponder a tántos favores recibidos, reconociéndolos y correspondiéndolos con un comportamiento grato al Señor. Este comportamiento propio de un buen cristiano es el fruto del Espíritu Santo, regalado de lo alto, pero está condicionado por nuestras limitaciones humanas, como lo están las espigas del trigal, por la calidad de la tierra en que fueron sembrados los granos por el clima que acompañó al grano desde su siembra hasta su sazón. Estos condicionantes no los puede olvidar el agricultor, responsable del fruto del mañana. Si de él dependiera el clima, todo el invierno sería primavera, el fruto estaría asegurado, y el pan garantizado, pero el clima no depende de la mano del sembrador; sin embargo, de su mano sí que depende el abonado del campo, el cultivo de la tierra, la eliminación de las alimañas y de todo lo que pueda entorpecer el normal crecimiento de la semilla.

El sol es indispensable para que el campo produzca fruto, pero la responsabilidad del hortelano condiciona la abundancia de la cosecha.

No echemos balones fuera: tiremos a puerta.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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