INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

La Iglesia en proceso sinodal

febrero 5, 2022 · 22:02 1

La Iglesia tiene por fundador y cabeza a Jesucristo; por alma al Espíritu Santo, que le da vida y la santifica; y su materia prima somos los hombres, en los que abundan las limitaciones de todo género. Esto le obliga a revisarse para subsanar sus imperfecciones y recuperar su vitalidad, a fin de poder continuar la obra redentora del propio Jesucristo. Esta es la intencionalidad con la que el Papa Francisco ha convocado el sínodo universal, ya en curso, en cuyo dinamismo debemos implicarnos todos los cristianos, puesto que todos somos Iglesia.

La primera actitud sinodal es la escucha, puesto que la palabra es el principal medio de comunicación social, y de ella también se sirve el Señor, para darnos a conocer su voluntad. La primera vez que Dios habló con nosotros, lo hizo con Abraham, advirtiéndole que sólo Yahvé es el Dios verdadero y que sólo a El debemos adorar: no a los dioses de los pagamos, ya que eso sería una idolatría, siempre reprobable. Abraham aceptó la información y le prometió al Señor que su fe sería sólo monoteísta. Pero corrieron los tiempos, y el pueblo echó en olvido lo que el padre Abraham había prometido al Señor. Este, sin embargo, multiplicó las alianzas con su pueblo, recordándole lo que Yahvé les había dicho a sus antepasados: «Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo». Gracias a esta singular providencia del Señor, la historia de la salvación llegó a su plenitud con la encarnación del Hijo de Dios, palabra eterna del Padre, que fundó la Iglesia para que continuase su misión en el mundo. Esto le garantiza su supervivencia, pero no está exenta de las humanas limitaciones, porque también ella tiene algo de humana, y por ahí le vinieron repetidos declives a lo largo de sus XXII siglos de existencia.

¿Qué ha fallado? La materia prima. El hombre, sin dejar de ser humano, no dejó de ser «hombre», y fallaron los cimientos de la Iglesia. Muchos de nuestros fallos no son fallos de cristianos: son fallos humanos; y tales hombres no sirven para cimientos de la Iglesia. Lo primero que se nos pide a los creyentes es que seamos «hombres de palabra”, ciudadanos honrados, de lo contrario nuestras vidas desprestigian a la Iglesia y empobrecen su misión. En segundo lugar, se nos exige que seamos «hombres de la palabra»: que no nos acomplejemos de ser cristianos; de ser hijos de la Iglesia, la institución que más ha aportado a la humanidad. Y en tercer lugar, se nos pide que seamos personas abiertas a la palabra de Dios, que es portadora de fe y de esperanza. Por último, a los cristianos se nos pide que seamos «hombres palabra», porque la ciudadanía postcristiana de estos momentos no cree lo que se le dice, si el que habla no vive lo que dice, aunque lo diga en nombre del Señor. En una palabra, se nos pide que seamos apóstoles, puesto que pertenecemos a una Iglesia que es apostólica, y la Iglesia no la formamos sólo el clero y los religiosos, sino todos los bautizados. De ahí nuestro gozo y nuestra responsabilidad apostólica; porque, aunque de muchas maneras nos ha hablado el Señor, en otros tiempos, por medio de los profetas y evangelistas, sin embargo, muchas otras cosas le quedan por decirnos a las generaciones actuales, de tal manera que, puesto a comunicárnoslas, no cabrían en los libros santos ni en la tradición oral.

La palabra de Dios es el sol que nos ilumina la senda para encontrarnos con El y con los hermanos; pero para que su luz surta efecto, se requiere escucharla y obedecerla. Ahí está nuestra responsabilidad. Podemos hacernos sordos a lo que Dios nos dice, en cuyo caso, la voz divina sería un sol eclipsado, que no nos iluminaría la senda del bien, y consiguientemente, no influiría en nuestro presente ni en nuestro futuro.

Esto sería volver a una actitud veterotestamentaria, en la que la palabra Divina era promesa que tardaba en cumplirse. Afortunadamente, las antiguas promesas ya están cumplidas: El Verbo de Dios ya se hizo uno de nosotros y está en su Iglesia. Para que se convierta en realidad salvífica, se nos pide una escucha auditiva y comprometedora. La vida del cristiano más que cumplimiento de un decálogo de obligaciones, debe ser una correspondencia a Dios que nos amó y se hizo vida en nosotros. Su entrega llegó a la sangre. Si su amor no tuvo medida, tampoco debe tenerla nuestra correspondencia. Más que preguntarnos qué tenemos qué hacer como cristianos, preguntémonos qué más podemos hacer por el Señor que se encarna en cada hombre que pasa a nuestro lado.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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