Indalecio Gómez Varela | Canónigo de la Catedral de Lugo

El depredador del hombre

octubre 22, 2021 · 18:10 1

Los datos que justifican el título de este escrito son nuestros incorrectos comportamientos que, en lenguaje catequético, se denominan pecado. Para analizar la naturaleza del pecado, hay que tener presentes los datos de la psicología, de la moral y de la religión. La teología espiritual no puede prescindir de estos datos y menos discrepar de ellos. Los datos nos dan a conocer la naturaleza del pecado, pero no nos bastan, porque con sólo datos se hacen evaluaciones, pero no se sacan conclusiones.

El conocimiento de la magnitud del volcán de Palma nos sirve para calcular la cuantía de pérdidas que se están produciendo en el archipiélago canario; pero esto no basta para tomar decisiones. Para tomar decisiones no es suficiente conocer la situación: se requiere sentirse afectado por ella. Si esto es así, no es suficiente con que yo conozca lo que es el pecado y sus consecuencias. Incluso no basta con que yo me sienta pecador. Los ladrones se apropian de lo que no es suyo, pero no se sienten malos ciudadanos injustos con los demás. Por eso no se consideran ladrones, ni se arrepienten de serlo.

Es necesario que yo me sienta pecador, para que tome la decisión de arrepentirme de serlo. Sólo cuando el Señor da al hombre el sentir su pecado, percibe al mismo tiempo, el misterio de Dios y el de ser un hombre injusto, y adopta una actitud de conversión.

Lo primero que experimenta el hombre ante el pecado, es tristeza. Por naturaleza, los humanos somos narcisistas: nos creemos perfectos, limpios de toda culpa; y cuando percibimos en nuestra vida alguna mancha y arruga, psicológicamente, nos sentimos apenados ante nosotros mismos. Nuestra idolatría ha caído por los suelos, y esto nos duele, y nuestra existencia se empapa de tristeza.

Lo segundo que el hombre experimenta es su culpabilidad. Presumimos de ser perfectos y cuando por nuestra debilidad congénita, tomamos conciencia de que hemos quebrantado alguna norma de buen comportamiento, sentimos amargura por el prestigio que hemos perdido, y surge en nosotros el sentido del arrepentimiento. Sin embargo, tal arrepentimiento aún no es cristiano, ya que en este sentimiento, todavía no aparece ninguna referencia al Señor. Es un arrepentimiento por miedo al castigo, pero no hay conversión a Dios, sino a la ley, que puede sancionar nuestro incorrecto comportamiento.

Todos estos son modelos sutiles de amor propio, contemplándonos a nosotros mismos. Aquí no existe ningún sentimiento religioso del pecado, ni referencia alguna a Dios.

En tercer lugar el pecador siente pena al caer en la cuenta de que con su mal comportamiento, ha ofendido a Dios. Precisamente porque su pecado es una ingratitud a Dios que le perdona y le sigue amando, más que angustia, experimenta pena y esperanza, y surge en su corazón la compunción liberadora y sus efectos. Por la compunción Dios se hace presente en el corazón del hombre como misericordia amorosa, y esto le devuelve la paz porque el Señor le perdona y le acoge como hijo.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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