Indalecio Gómez Varela | Canónigo de la Catedral de Lugo

La espiritualidad cristiana

septiembre 4, 2021 · 23:55 X

La espiritualidad es un proceso que, según Von Balthasar, se protagoniza en tres etapas: La autoestima de la propia persona como valor creado; La actividad del individuo para realizarse como persona; La pasividad del creyente, para dejarse realizar bajo la acción del Espíritu Santo.

En las dos primeras etapas, subyace un puro humanismo valorándose el hombre como hombre y creyéndose capaz de realizarse como persona, aunque sin poder conseguirlo plenamente.

La misión del cristiano no se limita a creerse un súper valor con capacidad para configurar una sociedad conforme a sus criterios terrenos. Nuestra vocación es la de construir un mundo según el plan de Dios. Para ello necesitamos un referente, y tal referente es Jesucristo, que nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Jesucristo es hombre y es Hijo de Dios simultáneamente. Como hombre, se hace nuestro modelo para que seamos auténticas personas, y como Hijo de Dios, nos da el ejemplo para que aceptemos la voluntad del Padre y la encarnemos en nuestro diario vivir. Jesús vive un proceso de obediencia al Padre. Su obediencia al padre es lo nuclear de su condición de hijo. El ser hijo es el fundamento de su espiritualidad y el modelo de nuestro comportamiento.

La filiación de Jesús es un proceso, con cuatro momentos fundamentales: La Encarnación; su Bautismo; la proclamación del Reino, y su Resurrección.

En los tres primeros momentos de este proceso, la actitud de Jesús fue pasiva: fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; cuando Juan le bautizó en el Jordán, se abrieron los cielos, y el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma, y, movido por el mismo Espíritu, convocó a los Apóstoles para proclamar su Reino.

Tras la resurrección, la postura de Jesús se hace activa. Funda la Iglesia, en la que actúa dinámicamente para llevar a feliz término su misión salvadora, en cumplimiento de la voluntad del Padre. Esto tiene que ser motivo de inmensa gratitud para nosotros. Después de nuestra desobediencia, el amor de Dios se ha vestido hábito de misericordia en la persona de Jesucristo. Dios no tiene otra posibilidad de amarnos que la de ser misericordioso. El hombre puede dejar de ser hijo de Dios, pero Dios no puede dejar de ser nuestro Padre, y la puerta por la que bulle su amor hacia nosotros, es el corazón de su Hijo. Cristo es la puerta santa, la puerta jubilar de todos los años Santos. Entremos por esta puerta en este año jubilar, y nos encontraremos con Jesús, “canon” de nuestra espiritualidad, en su doble vertiente de obediencia al Padre y de entrega a los hombres; y llenos de júbilo, como peregrinos, vayamos pregonando por todas partes, que Dios nos ama intensamente a todos.

Esto nos cuesta creerlo, ya que nuestro amor le ha resultado muy caro al Señor, y en nuestro haber, no tenemos fondos para corresponder, pero Jesús nos dice: “Venid y bebed todos de Él porque el amor de mi corazón es gratuito para todos»; tratad de amaros unos a otros, como yo os amo, y con esto, ya me siento bien pagado.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo