Indalecio Gómez Varela | Canónigo de la Catedral de Lugo

La Pascua es vida

abril 25, 2021 · 10:07 1

La presencia de Jesús era garantía para los Apóstoles, como lo era la presencia Moisés para los Israelitas. Cuando Moisés faltó, fabricaron el Becerro de Oro… ¡Fatal solución! Ni la fuerza libera, ni la riqueza salva. Pero “¿Por qué buscáis entre los muertos, al que vive?”. “Con vosotros está y no le conocéis”.

Todo lo que Jesús era antes de su muerte, no se ha perdido tras su agonía en la cruz. Muy al contrario, con la resurrección, se ha enriquecido la vida de Jesús. La vida que ahora tiene es de una calidad muy superior a la que entregara el Viernes Santo. Es una vida pos-pascual, como consecuencia de haber pasado de este mundo al Padre. Y esta vida pos-pascual debe vivificar al Cristo total; debe extenderse a todos nosotros, miembros de su cuerpo místico. El propio Jesús nos lo explica con la alegoría de la vid. Cristo es la vid rebosante de vida, capaz de vitalizar a todos los sarmientos. Para ello es necesario que se mantengan unidos a Él. Arrancados de la cepa, los sarmientos se mueren, y sólo sirven para ser echados al fuego. La vid y los sarmientos no se ignoran mutuamente: son miembros de un mismo tallo. La savia no brota de los sarmientos: la reciben de la vid. Pero la vida es la misma en la cepa y en las ramas. Los sarmientos no dan fruto si se separan de la vid. La vid llena de vida, comunica su savia a los sarmientos que están unidos a ella. Los sarmientos son una misma realidad con la vid.

Este es también nuestro caso y “nuestra dicha”. Cristo prolonga su misma vida, toda la fuerza de su amor, y toda la vitalidad de su Espíritu, a condición de que nosotros nos mantengamos injertados en El.

Este es el gran deseo de Jesús, manifestado en los discursos de la Última Cena.

Él quiere adentrarnos en su propia vida trinitaria. Quiere que participemos en su misma gloria: “Yo les he dado la gloria que Tú me diste» (Jn. 17,22). Quiere que nos alimentemos del mismo amor. El mismo en persona quiere morar en nosotros.

Cristo no se contenta con que seamos cristianos; con que pensemos como El, con que sintamos como El. Quiere que seamos “uno con El». Lo dice muy bien San Agustín: “Somos Cristo». “No soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Gal. 2,20) Somos Cristo, “por participación,” que dirá San Juan de la Cruz, para no caer en un panteísmo.

Somos Cristo. La vid llena de vida los sarmientos. Una misma vida. Una misma realidad. Cristo prolonga en ti su misma vida, por la gracia santificante; prolonga en ti, toda la fuerza de su amor, y toda la vitalidad de su Espíritu. Eres Cristo. Fíjate en lo que esto entraña de dignidad. Reconoce, cristiano, tu dignidad, y obra en consecuencia, porque “dignidad obliga»

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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