INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATDERAL DE LUGO

No todas las cruces son de madera, ni todas son redentoras

marzo 27, 2021 · 22:00 1

El primer Viernes Santo fue el día en que Dios perdonó el mal comportamiento del hombre en el paraíso terrenal. Para ello, al hombre solo se pidió que reconociese su culpa. Sin embargo, el Hijo de Dios, que pudo redimirnos con sólo un latido de su corazón, quiso limpiar todas nuestras faltas derramando su sangre en el árbol de la cruz.

La cruz, que hasta entonces había sido un patíbulo ignominioso en el que los romanos ajusticiaban a los esclavos, ahora se convierte en signo de identificación cristiana. La cruz, que hasta entonces era instrumento de muerte, ahora es instrumento de vida. Lo que en la cultura romana había sido signo de infame suplicio, ahora es signo de salvación… Desde que Cristo murió en el calvario para redimir al mundo, la cruz se convirtió en señal de todos lo que creen en Cristo redentor, porque es la expresión del inmenso amor que movió al Señor a dar la vida por nosotros. Así lo veían y así lo vivían los cristianos de los primeros siglos. Pero con el correr de los tiempos, el sentido cristiano de la cruz se contagió de simbolismo militar y político y de otras desviaciones nada cristianas. Son las cruces lujosas que sirve de adorno a las personas presuntuosas; son las joyas de alto precio que dan gran prestigio económico a quienes les muestran al público… Son cruces que se exhiben en la solapa o cuelgan del cuello, pero no comprometen la vida. Carecen de simbolismo religioso.

Cuando los hombres de fe hablan de la cruz, no lo hacen para hacerse notar presuntuosamente como creyentes, sino para recordar que la cruz cristiana es la que se reviste de fraternidad para hacer rico al pobre, fuerte al débil, y valiente al perseguido.

Cruz cristiana no es la que cuelga del pecho, por presunción, sino la que se acepta como patíbulo de injusticia para hacer justicia al injustamente tratado.

No son las cruces las que dan prestigio de redentor al crucificado, sino la actitud del crucificado que, por amor, carga con la cruz para redimir al hermano.

Todo esto nos confirma el dicho de que “no todas las cruces son de madera, ni todas son redentoras».

Es bueno cargar con las cruces que la vida nos brinda, pero es mejor renunciar a ser constructores de cruces de muerte y entregarnos a construir cruces redentoras.

No hay redención sin efusión de sangre. Pero hay sangre que pide redención, como la sangre de Abel, que clamaba al cielo contra Caín, que por envidia, había dado muerte a su hermano, y hay sangre que se ofrece como redención, para dar vida de fraternidad a todo el que vive a nuestro lado. Es sangre redentora el sacrificarse para que haya buena convivencia en la familia. Es cruz redentora el sacrificio que supone el devolver bien por mal. Es cruz redentora el perdonar siempre las ofensas recibidas; es cruz redentora el sacrificarse para poner paz allí, donde hay disensiones, es cruz redentora compartir el pan con el necesitado. Es cruz redentora el trabajar para que en todos los hogares haya cabida para Dios…

Esto requiere derramamiento de sangre. Pues aunque sangren los sentimientos. Aunque proteste el amor propio; aunque se revele la soberbia personal…, oigamos que Jesús nos dice: “ejemplo os he dado: haced vosotros lo mismo”. Intentémoslo, aunque se desangre nuestro espíritu, como su cuerpo se desangró en la cruz de Getsemaní, con amor redentor.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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