A partir del 13 de mayo de este año los trabajadores están obligados a «fichar» al entrar y salir de sus puestos de trabajo. No faltó quien me preguntase si los curas también teníamos que «fichar».
Esta medida dejó en evidencia que no es posible cuantificar y medir los trabajos de muchas personas. Mucho menos la misión de un sacerdote que consiste fundamentalmente en «ser» y «estar», que, en este sentido, es similar a la de unos padres de familia. ¿Es que se puede ser padre, madre o hijo solo por unas determinadas horas contempladas en una ley laboral?
El sacerdote lo es siempre y tiene que estar siempre. En español distinguimos bien los verbos ser y estar, aunque algunas veces se puedan utilizar indistintamente. En otras lenguas solo tiene un verbo para referirse a estas dos acciones y por eso les cuesta mucho comprender la distinción que hacemos nosotros. Aquí sabemos bien que además de «estar» también debemos «ser» y que una cosa no quita la otra, sino que más bien la exige.
Los sacerdotes «somos» para los demás y también para nosotros mismos. Un sacerdote sigue siendo sacerdote aunque no tenga una misión o función concreta o aunque esté jubilado o, incluso, si se dedica solo a tareas civiles.
No es cuestión de hacer, sino de ser. El sacerdote «es» aunque no siempre pueda «estar». Y si «está» pero no «es», su misión queda totalmente invalidada por su incoherencia de vida.
La opinión pública fácilmente justifica las cosas que se hacen en la vida privada, pero, al final, todos preferimos estar ante una persona de vida coherente e íntegra que ante una que no lo es, porque no nos ofrece el mismo grado de confianza. No es algo distinto a lo que dice el mismo Jesucristo cuando nos recuerda que si no somos de fiar en las cosas pequeñas, ¿cómo lo vamos a ser en la que valen de verdad?
Además, al sacerdote se le exige «ser» siempre, no solo cuando «está». Para él no existen los actos hechos ni las palabras dichas en su vida privada que puedan ser incoherentes con su condición sacerdotal, independientemente de que salgan o no a la palestra pública.
En realidad, todo esto que estoy diciendo sabemos que debiera ser lo normal en la vida de todas las personas, pero parece que el sacerdote tiene más obligación de coherencia de vida en este sentido.
Volvemos al comienzo de este artículo. ¿Cómo se mide la eficacia de un padre al que ya solo le quedan fuerzas para ser y estar, aunque no haga ya nada? Y ¡Cuánto se echa en falta a personas que simplemente «sean» y «estén» aunque no hagan nada o lo hagan mal, por su falta de fuerzas, pero con buena intención!
Del mismo modo podemos hablar de los sacerdotes. Necesitamos ser coherentes, por los demás y por nosotros mismos. Difícilmente seremos felices y poco fruto evangelizador darán nuestras múltiples actividades si no tenemos una vida coherente por mucho que hagamos por los demás.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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