Cristina Bandín | Psicóloga del Centro Diocesano de Orientación Familiar

Jóvenes, amor y violencia

enero 27, 2019 · 11:00 0

51 mujeres adolescentes y jóvenes han sido asesinadas por sus parejas entre 1999 y 2017, siendo muchos de sus asesinos menores de 20 años. Muertes violentas en el contexto de relaciones “amorosas”. Sí, los jóvenes aman, y los jóvenes cometen actos violentos.

Y puede que también les ocurra, como a los adultos, que llamen amor a cosas que no lo son. La llamada violencia de género no es un fenómeno transitorio y puntual, sino que en general se va tejiendo en una relación violenta que dura en el tiempo, va encerrando a la víctima en una telaraña que busca dominar, imponer, poseer. Debemos trabajar en prevenir, combatiendo todas aquellas creencias, conductas y actitudes que están en la raíz de esta violencia.

Lo contrario de amar es POSEER. Quien ama respeta al otro, lo quiere libre, al máximo de sus posibilidades, y eso supone que el otro llega donde yo no llego, ama, vive, siente y crece más allá de mí, yo no abarco todo su mundo. Poseer al otro lo convierte en objeto. Es querer al otro como el que quiere una prenda de ropa, una cerveza, una cosa. En las relaciones de los jóvenes (igual que en las parejas adultas) hay violencia siempre que el otro es utilizado. Para mi placer, para pasar un rato, para entretenerme mientras no encuentro pareja o mientras mi pareja está lejos, para dar celos a mi expareja… Una forma más de poseer: 6 de cada 10 adolescentes víctimas de violencia de género sufren acoso a través del teléfono móvil y las redes sociales. Un 50 % no es consciente de que está sufriendo violencia.

La superficialidad también daña. La violencia en ocasiones se origina al actuar sin poner todas nuestras capacidades en juego. Sin pensar, sin sentir, sin escuchar… Siempre que no pensamos en el bien y la felicidad del otro, siempre que no ponemos las cartas sobre la mesa de lo que buscamos y deseamos para el futuro, siempre que nos dejamos llevar por el “me apetece”, existe un enorme riesgo de usar al otro. Y por tanto de dañarlo, dañar la relación y dañarnos a nosotros mismos, porque las personas somos sujeto, nunca objeto.

El “me apetece” no es más que una parte de nuestra experiencia vital. A veces es contrario a nuestro verdadero deseo y nos roba la libertad. Por ejemplo, puedo desear una relación de pareja con respeto, generosidad y alegría, pero el “me apetece” me lanza a protestar por cada contrariedad, a poner por delante mis gustos… a cargarme en definitiva el “nosotros”.

Ninguna agresión que hayamos sufrido o hecho nos impide decidir un camino diferente de amar en libertad, de forma generosa y no violenta. El sufrimiento y el error pueden ser fuentes de aprendizaje, que además nos enseñan a ser más humildes, a conocernos mejor a nosotros mismos y ser más comprensivos con otros.

Para esto necesitamos pararnos y ver si nuestros actos contienen o consienten la violencia. La violencia no rima con el amor.

Cristina Bandín

Psicóloga del Centro Diocesano de Orientación Familiar

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