Mons. José Ignacio Munilla | Obispo de San Sebastián

Relato de Navidad

diciembre 24, 2018 · 17:49 0

Érase una vez un granjero que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente y educaba a sus hijos en la fe en Jesucristo, a pesar de los reproches e ironías  de su marido. Una Nochebuena en la que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa de Gallo, e invitó a su esposo a que los acompañara, pero él se negó.

-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra haciéndose hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó sólo, en medio de la granja en la que vivían…. Al poco rato, se desató una fuerte ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre alcanzaba a ver era una cegadora tormenta de nieve. Decidió relajarse sentado ante la chimenea, pero al poco tiempo escuchó golpes violentos en las ventanas.  Miró hacia afuera, y como no era capaz de distinguir nada, se aventuró a salir para averiguar lo que estaba ocurriendo. Junto a su casa, una bandada de gansos salvajes se había visto sorprendida y atrapada por la tormenta de nieve. Incapaces de continuar su ruta, los gansos volaban bajo en círculos y sin rumbo, cegados por la borrasca. El agricultor dedujo que algunas de esas aves habían chocado contra su ventana…  Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.

-¡Se podrían quedar en el granero! -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al granero, abrió las puertas de par en par. Luego, permaneció observando, con la esperanza de que las aves advirtieran el lugar donde podrían resguardarse. Los gansos, no obstante, se limitaron a seguir revoloteando en círculo. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar para ellos en esas circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y dispersarlas en todas las direcciones… Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

El hombre empezó a sentir frustración. Por mucho que lo intentaba, no conseguía atraerlos hacia el lugar donde habrían de estar abrigados y seguros.

-¿Por qué no me seguirán? –se preguntó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrían sobrevivir?….  Tras reflexionar por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

-Si yo fuera uno de ellos, entonces me seguirían y podría salvarlos –dijo, pensando en voz alta-.

Seguidamente, puso en práctica una estrategia: Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás dirigiéndose directamente al interior del granero. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo…   El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:

-¡Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos!

Entonces recapacitó sobre lo que le había dicho a su mujer aquel día:

-¿Por qué iba Dios a querer ser uno de nosotros? ¡Qué ridiculez!

¿No había sido precisamente esta misma la pedagogía de Dios, que le llevó a compartir nuestra condición humana, socorriendo nuestra desorientación en medio de la tempestad de la vida?

Al tiempo que comparto contigo este relato navideño, te deseo que este día santo de la Navidad sea una oportunidad para introducirte en un misterio de fe, ante el cual no cabe mirar para otro lado… ¿Cómo explicar nuestra indiferencia ante la mejor noticia de todos los tiempos: la encarnación de Dios y su nacimiento en Belén? Más aún, ¿cómo entender que algunos puedan percibirlo como una intromisión en su libertad? ¿Acaso pueda ocurrirnos como al animal herido, que ataca a quien se acerca a socorrerle, porque no es capaz de distinguir entre quien le ha herido y quien quiere curarlo? ¿Acaso la acumulación de decepciones haya podido provocar en nosotros la desconfianza en la gratuidad del amor de Dios?… Sí, a buen seguro que hay explicaciones que contextualizan la secularización de nuestra cultura, de antigua tradición cristiana… Pero esas explicaciones no llegan a la categoría de razones para que permanezcamos indiferentes ante el gran don de Dios al mundo: Jesucristo.

A inicios del siglo V, un día de Navidad, San Agustín pronunciaba un sermón del que guardamos noticia:

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

            Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si Él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si Él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si Él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido.

Te deseo una Feliz Navidad, en la que celebres con plena consciencia la Natividad de Jesús. Te deseo un Feliz Año 2019, recordando que nuestro calendario cuenta los años a partir del nacimiento de Jesucristo, centro y sentido de la historia.

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián

https://www.enticonfio.org/2018/12/24/relato-de-navidad/

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