Mario Vázquez Carballo | El Progreso 26 de agosto de 2018

La hospitalidad

agosto 26, 2018 · 0:00 0

El domingo pasado analizaba el fenómeno migratorio desde una perspectiva cristiana y constataba, tanto desde el punto de vista bíblico como desde la historia de la doctrina de la Iglesia, los grandes desafíos que desde una concepción de integralidad, nos esperan a todos.

Se mostraba allí como Jesucristo se encarna en la historia en un contexto de injusticia, de ceguera y de conflicto. Así, podía afirmar que el Dios cristiano, encarnándose, dándose gratuitamente, redime y practica la justicia, se vacía de sí mismo y se convierte en uno de tantos, especialmente en un migrante, pasando por condiciones de pobreza, de sufrimiento, de persecución y de vulnerabilidad desde una opción sacrificial y de solidaridad divina.

El bello pasaje bíblico de Mateo 25 nos presenta a Jesús con esta extraordinaria parábola: “¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos?… En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 38-40). De esta manera, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, se hace un refugiado, se convierte en un migrante y ello implica que en el contacto con los migrantes y refugiados se conoce mejor, más de cerca, la presencia viva y real del mismo Dios. En cada uno de estos más pequeños es el mismo Cristo el que está presente.

La hospitalidad de Jesús, como en nuestros días, se apoya en sólidos pilares: acoger en el hogar e invitar a la mesa; crear espacios de encuentro para ayudar a sanar, compartir, reconciliar, discernir, celebrar y ser testigos de esperanza. Las comidas y celebraciones son un elemento central en la experiencia de Jesús como migrante y peregrino. En muchas ocasiones, se sienta a la mesa con pecadores y marginados por razones económicas, de salud, raciales, religiosas e incluso morales. De este modo reconfigura las barreras de la puridad aún a costa del rechazo y del escándalo. Algunos teólogos llegan a afirmar que Jesús fue crucificado por la forma en que comía.

En cualquier caso, la familia migrante es una institución privilegiada para la hospitalidad. El papa Francisco así lo afirma en la reciente exhortación apostólica Amoris Laetitia (46): “Las migraciones representan otro signo de los tiempos que hay que afrontar y comprender con toda la carga de consecuencias sobre la vida familiar. La movilidad humana, que corresponde al movimiento histórico natural de los pueblos, puede revelarse una auténtica riqueza, tanto para la familia que emigra como para el país que la acoge (AL 46).

Por todo ello necesitamos recomponer nuestras ideas, sino ideologías perversas, y aprender a mirar de nuevo, contemplando la vida ejemplar de Cristo, el Maestro, y enfocando, con misericordia y sentido común, la perspectiva especial con la que necesitan ser miradas muchas familias. Me refiero en especial a las mujeres y niños que viven experiencias migratorias dramáticas y devastadoras, sobre todo, cuando tienen lugar fuera de la legalidad y las sostienen circuitos internacionales de la trata de personas.

J. Mario Vázquez Carballo

Vicario General

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