El Progreso, 3 de diciembre de 2017

Dios no es un sentimiento

diciembre 3, 2017 · 0:05 0

Antes de nada quiero aclarar que los sentimientos no son malos. Sabemos bien que los sentimientos, entendidos como un estado de ánimo o disposición emocional hacia una cosa, un hecho o una persona son propios y exclusivos del ser humano.

Pero esto mismo no impide que los sentimientos nos traicionen de vez en cuando y distorsionen abundantemente la realidad. Lo de «ojos que no ven, corazón que no siente» solo sirve para anestesiarnos por un tiempo, pero no cambia la realidad. Lo sabemos bien: las cosas no dejan de existir porque nosotros no las veamos o no las sintamos o, simplemente, no las conozcamos. ¡Cuántas realidades hay que yo no conozco!.

Pasando al campo de la religión y la fe nos encontramos con más de lo mismo. Con frecuencia escuchamos lo de «solo voy a misa cuando me apetece», «Dios para mí no existe», «No creo que Dios exista», «Dios es solo un sentimiento en mi interior».

El razonamiento es claro: la existencia de Dios (precisamente Dios) no está sujeta a las creencias o sentimientos de las personas, como tampoco lo está cualquiera de las otras realidades del universo.

Con frecuencia acudo a estas las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

Ciertamente, por muy bonito o melancólico que pudiera parecer, Dios no es un sentimiento, una idea o una decisión ética. Un dios así no aportaría nada a nuestra vida ni, mucho menos, nos podría salvar o darnos la vida eterna.

Dios es un ser personal y se dio a conocer plena y definitivamente en el acontecimiento de la encarnación de su hijo Jesucristo. El acontecimiento de Jesucristo no es un día sí y otro no. No depende de la situación en la que nosotros estemos. Si fuera así, sería un dios muy débil al que no podríamos llamar dios. No nos serviría de mucho un dios que tuviera condicionada su existencia y sus capacidades por nuestros sentimientos, aunque estos siempre fueran buenos.

Es verdad que no siempre estamos en la mejor disposición para las cosas de Dios (ni las del mundo). A todos nos puede a veces el cansancio, la apatía, los problemas, etc. Pero no le podemos echar la culpa de Dios de que nosotros no seamos capaces de conocerlo o de verlo con más claridad. Dios está donde tiene que estar, se reveló totalmente y respeta absolutamente nuestra libertad, también cuando nos equivocamos.

Lo anterior no quiere decir que el Dios de Jesucristo se desentienda de nosotros. Nos conoce perfectamente, está pendiente de nosotros y le importan las cosas de nuestra vida. Basta que nos acerquemos a los Evangelios para ver que es así. Sabe lo que necesitamos mucho antes de que se lo pidamos.

Estamos ante un Dios que es padre y que cuida con amor entrañable de sus hijos. No es un Dios ausente o impasible

En nuestras manos está, en buena medida, parte de la solución a su, a veces, aparente ausencia: buscar a Dios en donde se le pueda encontrar, o dejarnos encontrar por Dios, porque él siempre nos busca.

 

Miguel Ángel Álvarez Pérez

Párroco de A Fonsagrada

 

Foto: Cathopic.com

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