Mario Vázquez Carballo | El Progreso, 21 de mayo de 2017

Cristianismo y salud

mayo 20, 2017 · 6:00 0

Este domingo la Iglesia Católica en España, coincidiendo con el sexto domingo de Pascua, celebra la fiesta conocida como la “Pascua del enfermo”. Desde sus orígenes y siguiendo a su Maestro, el cristianismo mostró gran preocupación por los pobres, los “perdidos” y los enfermos: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Y en el más antiguo de los evangelios Jesús afirma, con claridad, que “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”.

Por eso el Hijo de Dios nos ha regalado dos sacramentos llamados también de “curación”: La Penitencia y la Unción de enfermos. Ellos son manifestaciones y mediaciones de su amor, consecuencia lógica de una vida entregada a los más necesitados. Así lo entendió siempre la Iglesia desde la conciencia de que Dios es solidario con el sufrimiento humano y que ha venido para curar, liberar del mal y salvar a quienes quieran acogerse a su amor misericordioso.

Este año, se celebra esta jornada bajo el lema “Pastoral de la salud y ecología integral”. Acogiendo la llamada del Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”,  se pretende concienciar a todos de la necesidad de un estilo de vida sanante, invitando a cuidar de la madre tierra, a prevenir las catástrofes, las enfermedades y a evitar agresiones al medio ambiente. La ausencia de una ética ecológica y la despreocupación por los riesgos medioambientales, provoca consecuencias muy graves para la salud, especialmente para los más pobres.

No debemos olvidar el gran daño ecológico que han causado a la naturaleza casos como el del petrolero Prestige, las minas de Alnazcóllar, Seseña, los incendios, la destrucción de la fauna en nuestros ríos, y todo ello, con bastante frecuencia, ante la indiferencia de algunos ciudadanos y de muchos de quienes nos gobiernan. Los contaminantes químicos y acústicos, las enfermedades provocadas por exposiciones en los lugares de trabajo (80.000 personas enferman cada año por estas causas), la sordera, las enfermedades neuropsiquiátricas, el aumento de suicidios en los jóvenes, el alcoholismo y la droga fomentados subliminalmente, son realidades que no pueden dejarnos indiferentes.

¿Por qué, por ejemplo, no se promueve la cultura del silencio frente a la del bullicio? Hace unos días asistí a una fiesta con el fin de acercar a los escolares a la lengua y a la cultura de nuestra tierra. El acto “cultural” quedó reducido a una gran manifestación ruidosa al lado de la Catedral. Con frecuencia me pregunto y me preguntan muchos ciudadanos por qué en la Plaza de Santa María, al lado de la Catedral, espacio sagrado para el silencio, para la reflexión, para las celebraciones religiosas y la adoración al Santísimo, se organizan eventos que con su estruendo llenan de insoportables vibraciones la paz nuestra de cada día. Si las piedras de nuestra Catedral hablaran se quejarían insistentemente de tanta insalubridad física y psíquica, frutos de la insensatez y la insensibilidad ciudadana. ¿Por qué aún a pesar de haberlo denunciado tantas veces muchos de nuestros ríos en los que se veía agua siempre cristalina, donde saltaban las truchas y cantaban las ranas, hoy huelen mal y bajan con aguas turbulentas?

La cultura del descarte y de la indiferencia hacen que en muchas ocasiones las decisiones empresariales, el consumismo y la ausencia de leyes políticas eficaces, no tengan en cuenta la salud de las áreas poblacionales rurales y pobres. La degradación ambiental tiene mucho que ver con la degradación ética y social. ¡Cuán necesaria y urgente es una ética del cuidado esencial!

Mario Vázquez Carballo

Foto: Cathopic.com

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