David Varela, Rector del Seminario | El Progreso, 24-03-2017

¡Cerca!

marzo 26, 2017 · 9:15 0

Si saliésemos a la calle cualquier día en una de nuestras ciudades y, al azar, fuésemos preguntando a los que pasan ¿qué es para Ud. un sacerdote? o ¿cómo debería ser un sacerdote? Seguramente la síntesis de las respuestas que recibiríamos no sería sencilla. En realidad, este sondeo se ha hecho en diversas ocasiones, y, más allá del irrenunciable dato positivo de conocer las expectativas y los deseos de la gente respecto de los sacerdotes, tendríamos al final que concluir lo mismo que sentenciaba J. Ratzinger en el prólogo libro Jesús de Nazaret, valorando los esfuerzos de la investigación histórica sobre Jesús: “las reconstrucciones de este Jesús […] se hicieron cada vez más contrastantes: desde el revolucionario antirromano que luchaba por derrocar a los poderes establecidos y, naturalmente, fracasa, hasta el moralista benigno que todo lo aprueba y que, incomprensiblemente, termina por causar su propia ruina. Quien lee una tras otra algunas de estas reconstrucciones puede comprobar enseguida que son más una fotografía de sus autores y de sus propios ideales que un poner al descubierto un icono que se había desdibujado.” Lo mismo para el sacerdote: podría describirse con un abanico que va desde el hombre “social” hasta el “espiritual”, pasando por multitud de matices, con frecuencia a la medida de las propias expectativas del que habla.

El mes de marzo y la fiesta de San José son cada año la ocasión de celebrar en las Diócesis de España el Día del Seminario. Este año el lema decía “Cerca de Dios y de los hermanos”, y con ello se nos ofrecía en pocas palabras una mirada sobre el sacerdote que nos ayuda a salir del subjetivismo al que se refería J. Ratzinger. Dios y los hermanos –la Iglesia, el pueblo de Dios– son, en efecto, los dos referentes irrenunciables de la identidad del sacerdote, como son, de hecho, los dos grandes mandamientos en los que Jesús mismo condensó “toda la ley y los profetas” (Mt 22,40).

Cerca de Dios, ante todo, porque nadie se hace sacerdote a sí mismo. Es fruto de una elección que no depende ni del deseo ni de las cualidades del elegido. En la ordenación sacerdotal, el gesto de la postración durante las letanías expresa, entre otras cosas, que “nadie puede darse a sí mismo o por sí mismo el sacerdocio auténtico. Sólo puede ser respuesta a su voluntad, a su llamada.” (J. Ratzinger). Y cerca de los hermanos, porque se trata de una elección para la entrega y servicio a los demás, con la “cercanía: Dios que se hizo cercano a su pueblo, en el Antiguo Testamento, y luego enviando a su Hijo, esa condescendencia de Dios que se acercó a nosotros” (Francisco).

Las dos dimensiones, si se mantienen juntas como los dos brazos de una cruz, sostienen al sacerdote ayer, hoy y siempre, en su posición justa de “verticalidad” y “horizontalidad”, corrigen los posibles desequilibrios y colman la vida de quien ha sido llamado a ser representación sacramental del Único Mediador entre Dios y los hombres. Del gran San Francisco de Asís afirmó Benedicto XVI una vez que su “secreto” residía en que “es un hombre para los demás, porque en el fondo es un hombre de Dios”. He aquí, también, pues, el secreto de cada sacerdote, y lo que deseamos y pedimos para cada uno de ellos en el presente y en el futuro.

David Varela Vázquez

Rector del Seminario

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