Desde el día 10 de octubre, los diocesanos y ciudadanos de Lugo deberíamos celebrar con gran algarabía la gracia del gran privilegio que acabamos de recibir. Todavía faltaban unos días para el día de la clausura del Año de la Misericordia en la Catedral, cuando llegaba nuestro Obispo de Roma con una gran cesta de “panes y peces” debajo del brazo. El beneficio de la gracia de la Indulgencia Plenaria cotidiana y perpetua concedida, de nuevo, por la Santa Sede a la Iglesia Catedral Basílica de Lugo no es un acontecimiento menor.
Si recientemente hemos recibido, con alegría, la declaración de nuestros caminos del Norte y de nuestras catedrales (Lugo y Mondoñedo) como Patrimonio de la Humanidad no debería ser menos este “plus” espiritual que ahora se añade al ya reconocido patrimonio inmaterial de la humanidad. Aquí, en las rutas de estos caminos del norte, en la Ciudad del Sacramento, en el interior de una hermosa catedral donde está secularmente expuesto día y noche el Señor sacramentado, aquí, se puede ganar la Indulgencia plenaria cotidiana y perpetua.
Es un gran milagro que me parece legítimo comparar con el relato evangélico de la multiplicación de los panes y los peces. Es una dignación de Dios y de la Iglesia para Lugo que, como católicos, y también como ciudadanos, debemos agradecer, valorar y aprovechar, primero espiritualmente y después como consecuencia de ello, cultural y turísticamente.
Espiritualmente, porque la Indulgencia es y puede ser un gran don para todos nosotros. Ella va unida inseparablemente a los sacramentos del Perdón y de la Eucaristía, a la comunión eucarística y, en consecuencia, a la caridad, a las obras de misericordia, y a la solidaridad con los más necesitados. Porque la eucaristía nos exige cercanía con los que se encuentran solos, enfermos, con hambre y sed, explotados por las injusticias, extranjeros sin hogar, encarcelados que quieren ser escuchados y rehacer su vida…
La Indulgencia nos lleva a experiencias de oración ante el santísimo y a la plegaria en comunión con las intenciones del Sumo Pontífice. Experiencias de fe que sin duda son sanadoras para quienes por su conducta o por su forma de vida habitual se hallan alejados de la gracia. Piénsese en quienes delinquen habitualmente o se alistan en grupos criminales, los promotores o cómplices de corrupción, los que no consiguen romper con una situación permanente de pecado grave haciéndose daños a sí mismos y a la convivencia social.
Lugo se convierte así, por este beneficio, en un lugar privilegiado para dejarse tocar el corazón, para borrar la huella negativa y la pena temporal que los pecados tienen en nuestros pensamientos y comportamientos. Hay acciones tan terribles en el ser humano que solamente se pueden cancelar a través de la solidaridad y de la fraternidad en comunión con la Iglesia: esto es lo que significa la indulgencia. Si por el perdón sacramental (o al menos el deseo de éste si no es posible recibirlo) Dios nos libera de las consecuencias que para la eternidad tendrían nuestros pecados graves, la pena temporal que debemos satisfacer en esta vida o en el purgatorio se cancela por las indulgencias merced a la mediación de la Iglesia y de la comunión de los santos. Así la Iglesia es capaz con su oración y su vida de salir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir la indulgencia significa pues, acercarse a la misericordia del Padre con la certeza de que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. He aquí el sentido de solidaridad y responsabilidad de la Iglesia en la rehabilitación y sanación de los enfermos por el pecado. En conclusión, la Indulgencia es un favor que debemos acoger con gozo porque nos recuerda que no hay un momento en nuestra vida en el que no podamos tomar un nuevo camino. Cada vez que ahora, en adelante, entremos por las puertas de nuestra Catedral, podremos orar y cantar al Amor de los amores con la certeza de que Dios siempre sale al encuentro de aquellos que le buscan.
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