No, no es una blasfemia ni una herejía. Es una manera muy digna de nombrar a María, la Madre de Dios y de la Iglesia. María es Hija de Dios y es divina, ha sido “divinizada” por Dios de una manera singular para ser su madre en la tierra.
Coincidiendo con el hermoso tiempo de Adviento, de preparación esperanzada para la Navidad, el mundo católico celebra también la solemnidad de la Inmaculada. Muchas mujeres, hijas de nuestra civilización cristiana, son llamadas así: Inma, Inmaculada, María Inmaculada, Concepción, Conchita, Conchiña, Nenuca, Lala, Chicha, Choncha. “Na nosa fermosa lingua galega existe tamén Adiña”. Es uno de tantos nombres que originariamente fueron adjetivos y que proviene del latín “Inmaculata” . Los católicos lo aplicamos a la Virgen María con el significado de “sin mancha”, “sin pecado”. El nombre Concepción, lógicamente, es de creación reciente, desde la proclamación del dogma de la Inmaculada por Pío IX en 1854 con referencias claras a la Virgen María, liberada del pecado original desde el mismo momento de su “concepción”.
Recordar e imitar a María es una muy buena preparación para la Navidad. Es ella quien nos recuerda que la gracia, el bien y la belleza triunfan siempre sobre el pecado, el mal y lo feo. Frente al consumo enloquecido, a las luces deslumbrantes que impiden ver lo esencial, frente a una sociedad que solamente ofrece recetas para consumir más y enloquecer, contemplar a María Inmaculada nos enseña que lo esencial es invisible a los ojos y que su “fiat” es modelo y ejemplo para una ciudadanía más virtuosa y más cargada de esperanza capaz de llenar de sentido humano-divino la existencia líquida tan necesitada de solidez y cimientos firmes. En tiempos donde parece que quieren imponernos la pos-verdad y el relativismo y donde se pretende enseñarnos radiografías de una ciudadanía huérfana de certeza, la clave es recuperar lo esencial y reconstruir sobre la roca firme de las virtudes entrelazadas por la fe, la esperanza y el amor. Solo el amor es digno de fe. Y esto es lo que precisamente nos recuerda la solemnidad de la Inmaculada. Ella nos aconseja volver al amor primero y que nos convirtamos en seguidores de Aquel que inició en la historia un día de Navidad, una espiral imparable de paz, de comunión, de inclusión y de fraternidad reconciliada.
Nuestra Catedral alberga hermosas imágenes de la Inmaculada. En la sala capitular podemos contemplar un hermoso cuadro del siglo XVI atribuido a Juan Carreño de Miranda; en la capilla de San Juan, en el ático del retablo, una imagen del siglo XVII corona con un artístico manto azul la estética del conjunto; y, entre otras, en la capilla de Nuestra Señora de la O, hay una imagen exenta, policromada, del siglo XIX que se expone el día de la Inmaculada en el altar mayor. En nuestra Diócesis, el día de la Inmaculada, llega cargado de una gran tradición: los lucenses llenan la S. I. Catedral Basílica, el Sr. Obispo preside la Santa Misa solemne e imparte la bendición papal, muchos estrenan nuevos trajes, las Inmaculadas celebran su fiesta y algunas Conchitas recuerdan con alegría el influjo prioritario que la fe popular tuvo y tiene en este día en que celebramos también los teólogos un caso límite del desarrollo de los dogmas. Todos, unimos nuestras voces por las maravillas que Dios hizo en ella. Estamos conjurados para la dicha y tenemos la obligación de popularizar este modo cristiano de ser feliz.
Mario Vázquez Carballo. Vicario general de la diócesis de Lugo