La vida es el eco de una grandeza, de un quedarse contigo y hacerse tuyo; el eco profundo, la resonancia que reverbera en la trama de la historia. A medida que avanzamos en este eco regalado, reconocemos con mayor claridad la importancia de los sonoros rostros que iluminaron e iluminan nuestra andadura.
Un eco que se cruza en el camino, que deja marcas indelebles en el corazón. Gestos de amabilidad, palabras de aliento y compañías seguras se convierten en parte de la historia, un recuerdo constante de la belleza de la vida (de tantos; de todos). Una sinfonía única, una melodía que perdura en el alma. Corazones y manos consoladores, refugios de paz, que aman y, amando, co-crean y sostienen el firmamento de los días, a menudo en el silencio.
Este eco se entrama en la existencia, llamando a nuestra vida a ser un hilo de luz que se entrelaza con otros en un baile etéreo de amor y compañía, formando un sublime tapiz de vida. Somos constructores en esta sinfonía, coreógrafos de gestos de apoyo y consuelo en las sombras de cualquier noche.
Aquí, en el eco de esa grandeza, el corazón descubre que el tesoro de la vida no reside en las posesiones materiales, sino en los tesoros intangibles que regalas y recibes; en los abrazos sinceros y las palabras de aliento que nutren las almas y recuerdan que estamos hechos para ser parte de algo mucho más grande.
Este eco resuena y recuerda que cada acto de bondad puede ser semilla de esperanza, que germina en los corazones sedientos de amor, para cosechar la plenitud de vivir. Consuela la mirada y descubre que no se trata de cuentas de débito y crédito en un balance invisible, sino de una danza fluida que nutre y fortalece la historia.
Entonces, en el eco, entiendes que son las huellas que el otro deja en tu corazón las que te impulsan a escribir con acierto la historia de la humanidad. Nos convertimos así en los narradores de una epopeya de compañía real, leyendo con amor las páginas de un legado celestial entrelazado.
En el viaje compartido, al escuchar ese eco, reconoceremos que la grandeza de la vida reside en la resonancia de un Corazón-hogar que anhela latir al unísono con los nuestros. Seremos un todo, fragmentos de un todo mayor, parte de un tejido de amor, de verdad eterna; como versos entrelazados en el poema de la existencia.
El Eterno, el de la Palabra reconocible, el del eco armonioso, en su sabiduría infinita acompañará el sendero de vida impregnando la certeza de que juntos, siempre juntos, podremos reconocer el susurro de nuestra grandeza. En un camino de música que guiará nuestros pasos hasta el domingo sin ocaso, donde la luz no podrá desvanecerse y la grandeza de la vida resplandecerá en su plenitud. Ya sin reflejos, sin ecos; en un eterno diálogo infinito y con aliento, en un poema con sus respuestas, con su danza, en una canción que al alma presta.
Marcos Torres
Párroco de Lalín