INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

Madres, supremo valor creado

El Creador ha sido muy generoso con nosotros y nos ha colmado de múltiples favores a los humanos. Dichos favores son realidades que cotizan por su utilidad y por nuestra complacencia. Ellas nos enriquecen y nos capacitan para realizarnos como personas, a la vez que nos predisponen para vivir en sociedad, compartiendo días de sol y de lluvia con nuestros semejantes.

En el ambiente de los valores existen dos categorías: un valor absoluto y múltiples valores relativos. En el orden de lo increado solo hay un valor absoluto: Dios con sus atributos. Y en el mundo de las criaturas, los valores son múltiples y relativos: se valora más al sabio que al ignorante; al virtuoso que al irresponsable. Vistas así las criaturas, a las madres habría que calificarlas como el “supremo valor creado». En ellas, la bondad no tiene límites; su generosidad es inconmensurable, y su entrega es abismal.

Un día le preguntaron a Víctor Hugo: “¿sabes lo que es una madre?” Y él respondió: “Madre es una mujer”. Pero al instante corrigió y dijo: “No: Madre es un Ángel que te enseña a hablar, que te enseña a leer, que te enseña a rezar. Madre es un ser que calienta tus dedos entre sus manos y tu alma en su corazón. Madre es una mujer que te da su leche cuando eres pequeño, que te da su pan cuando eres mayor; que te da su vida en todo momento».

Y Monseñor Jara, obispo chileno, la describe así en una de sus pastorales: Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de Ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que, siendo joven, tiene reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud.

Una mujer que, siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Una mujer que mientras vive, no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, y por recibir de ella un solo abrazo….

De esa mujer no me exijáis su nombre, si no queréis que empape de lágrimas vuestras mejillas y las mías.

Cuando crezcan vuestros hijos, leedles esta página, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde anciano ha dejado para vosotros y para ellos, un boceto del retrato de su madre y de la vuestra.

Efectivamente, así son vuestras madres las que aún tenéis, y así han sido las nuestras, que ya nos dejaron. ¡Qué precioso regalo nos hizo el Señor, dándonos la madre que nos ha dado! Valorémosla; imitémosla; aprendamos de ella, y no nos olvidemos de lo que nos ha enseñado. Mientras está con nosotros, hagámosla feliz, correspondiendo a sus delicadezas. Y los que ya la hemos perdido, complazcámosla, llevando a la práctica lo que de ella hemos aprendido. Si así lo hacemos, un mundo mejor enriquecerá nuestra historia.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo