La celebración eucarística de esta mañana en la Plaza de Santa María (si el tiempo lo permite), adornada con la presencia silenciosa de fieles de las parroquias de la ciudad, vestida de gala y coloreada de blanco con los niños de la primera comunión, nos remonta al clima espiritual del Jueves Santo,
el día en que Cristo, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. De este modo, el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves Santo, con el fin de obedecer a la invitación de Jesús de proclamar al mundo aquel misterio de la última Cena que reveló en la intimidad a los apóstoles.
En la liturgia del día de la solemne fiesta del Corpus Christi se canta en la secuencia el siguiente estribillo: “es certeza para los cristianos: el pan se convierte en carne, y el vino en sangre”. Es por ello fiesta singular que constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda la cristiandad pero con especial devoción y tradición en la ciudad y en la Diócesis de Lugo. En la exhortación postsinodal a la que hace referencia el título de este artículo recordaba Benedicto XVI que el misterio eucarístico “es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios para cada ser humano” (SC,1).
La celebración, durante este año, de los 350 años de la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia a Jesús Sacramentado en la Catedral de Lugo (1669-2019) contribuye a enaltecer la inmemorial devoción al Santísimo en nuestra ciudad. La exposición conmemorativa que recorre las siete capitales de provincia del Antiguo Reino de Galicia muestra datos y documentos de nuestros archivos lucenses que ponen de manifiesto el tesoro religioso, cultural y social que se generó a través de tres siglos y medio de historia por la antiquísima tradición que surgió aquí para la defensa de la fe en la presencia real de Jesús Sacramentado.
Existe también otra antigua tradición eucarística en nuestra Diócesis que viene desde el siglo XIV, confirmada por fuentes históricas y arqueológicas. Me refiero a la de O Cebreiro. Esta hermosa historia relata que un sacerdote cuando celebraba la Eucaristía pensaba que en aquel crudo invierno (en el Cebreiro lo son todos) en el que la nieve se amontonaba y el viento arreciaba, nadie se acercaría a la celebración de la Santa Misa. Pero se equivocaba el sacerdote. Juan Santín, labrador de Barxamaior llegó exhausto hasta el Monasterio para participar en la celebración. El celebrante, de fe titubeante, no supo valorar suficientemente el sacrificio de aquel campesino en un día tan intempestivo. En el momento de la consagración se da cuenta y ve, con sus propios ojos, como la Hostia santa se convierte en carne sensible, y el Cáliz, en sangre que late y tiñe de rojo el mantel del altar. Asombrado el sacerdote se preguntaba qué era aquello que veían sus ojos.
Quiso así el mismo Jesucristo fortalecer la débil fe de aquel monje pero también la de todos. Fue un milagro asombroso. Lo grandioso es que hoy sigue sucediendo en cada celebración eucarística, en cada primera comunión, en cada ser humano que se acerca con fe a la Eucaristía o en cada uno que, pordiosero de confianza, duda o incluso se mofa de la fe de los creyentes. La noticia del milagro se extendió por todas partes generando una renovada devoción a la Eucaristía. Hoy, con fe remozada proclamamos firmemente estas verdades. Y seguiremos diciendo, desde siempre y para siempre: ¡Viva Jesús Sacramentado!
Mario Vázquez Carballo
Deán de la Catedral de Lugo