Se cuenta de Buda que cada vez que alguno de sus discípulos le pedía que les hablase de Dios, ponía un dedo sobre los labios y meditaba plácidamente en silencio. En estos tiempos de Navidad y aunque el tiempo se divida en antes de Cristo (A. C.) y después de Cristo (D. C.) las cosas han cambiado mucho.
En medio de las prisas, la lotería, las comidas, los regalos, las luces y ruidos ensordecedores que ocultan sinfónicos villancicos, se hace cada vez más difícil contemplar el Gran Misterio, en silencio meditativo, con toda su carga de significado e importancia que tuvo y tiene para la humanidad. La paganización de la Navidad es un hecho.
Pues, si bien es verdad que Jesús de Nazaret es hoy, después de más de 2000 años, uno de los personajes más famosos de la historia, también lo es que su imagen y recuerdo estuvo y sigue estando muy presente en los grandes acontecimientos de la humanidad. El arte en todas sus formas, la literatura, la arquitectura, la música, los modos de vida de muchas comunidades y de países enteros, son testigos vivos de ello. Los cristianos somos el mayor grupo religioso del mundo. Según un estudio reciente del Pew Forum Research Center, el 31% de la población mundial es cristiana. Un total de dos mil doscientos millones de personas. Pero si algo tenemos claro muchos cristianos es que, con la venida al mundo del tan anunciado y esperado Mesías, muchas cosas han cambiado. Y esto es lo que celebramos verdaderamente en Navidad. Lo celebramos, con gozo, en la liturgia durante el Adviento, preparándonos para el acontecimiento. Lo celebramos en el tiempo de Navidad, con sana nostalgia de Dios y con la certeza de que Jesús de Nazaret es el Niño Dios enviado al mundo que ha querido “acamparse” en los terruños de nuestras desavenencias e intemperies; por eso, la Iglesia celebra el misterio de la Encarnación y de la manifestación del Señor al mundo, su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores y acogido por ellos, como primicia de Israel que abraza al Salvador; se celebra la fiesta de la Sagrada Familia, como modelo primordial; y la manifestación de los Magos, venidos de Oriente, primicia de los gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo Mesías; celebramos su Bautismo en el Jordán y la inauguración de su ministerio mesiánico; y finalmente, el milagro de Caná, con el que Jesús manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él.
Creer en estos misterios es hacer posible que aquello siga sucediendo hoy, que la vida se pueda llenar de alegría, que el anuncio de paz en el mundo vuelva a resonar en todos los medios de comunicación y en todos los corazones de gentes de buena voluntad; que los Herodes exterminadores que hacen y subvencionan muertes sean derrotados; que Él siga plantando su tienda en medio de nuestras contiendas, que podamos contar y cantar esta Buena Nueva que no tiene caducidad porque el mandato de “amaros unos a los otros como yo es amado” sigue siendo cada vez más necesario entre tanto desamor inmisericorde con los más frágiles y pequeños. Como los pastores y los magos, cargados de nostalgia de lo divino, salimos en este tiempo al encuentro del Niño que ya vino, viene y vendrá al fin de los tiempos para salvar a la humanidad perdida. Y mientras, adorémosle postrados y pongámonos en camino para ser testigos de su Verdad en medio de las vicisitudes de nuestro mundo.
Mario Vázquez Carballo
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