En estos tiempos y en nuestros pueblos quedan muchos padres de familia que se comportan como colaboradores de Dios en la formación de un mundo más humano y más cristiano. Y conscientes de que la sociedad del mañana será lo que sean los hombres de hoy, educan a sus hijos para que esos hombres del mañana sean miembros útiles en la construcción de una sociedad más fraterna y de una Iglesia más santa.
Esta ha sido nuestra suerte. En el regazo de nuestras madres aprendimos a rezar al Señor y a respetar a nuestros semejantes. En la persona de nuestro padre se ha reflejado la imagen de un buen cristiano y se ha despertado en nosotros el deseo de imitarle.
Gracias a Dios y a nuestros padres, nosotros somos creyentes y nuestra parroquia es cristiana. ¡Qué no se rompa la cadena!.
La educación de los hijos debe ser integral: humana y cristiana.
En lo humano los padres han de procurar que sus hijos crezcan sanos, cultos y responsables; y en el orden espiritual, cuídense de que abunde en ellos los valores cristianos. Así como nuestra salud requiere alimento, abrigo, enseñanza, etc., también nuestra vida cristiana necesita nutrirse de alimentos espirituales. Necesitamos de la palabra de Dios para conocer cuál es el proyecto del Señor para los cristianos. Necesitamos frecuentar los sacramentos y recibirlos bien dispuestos para que nos hagan fuertes ante las tentaciones. Necesitamos participar en la Santa Misa, por lo menos los domingos, porque en la Eucaristía, Cristo se nos ofrece como Pan de Vida. Necesitamos cuidar la vida de piedad porque el mejor jardín, si no se cuida, se convierte en un ortigal.
La práctica de la vida cristiana es garantía de paz de conciencia en esta vida y presagio de gloria para la eternidad. Pero la educación cristiana de los hijos es doblemente ventajosa: ventajosa para ellos que los hará socialmente apreciados por sus conciudadanos en el presente y ciudadanos del Cielo para el futuro. Y ventajoso para los padres en el presente, porque los hijos, así educados, serán muy respetuosos con sus mayores:los amarán; los cuidarán cariñosamente; los harán felices en su ancianidad; disculparán sus carencias; recordarán con agradecimiento todo el bien que han recibido, y regarán con lágrimas del corazón la tumba de sus padres al despedirlos de este mundo.
¡Dichosos hijos que tuvieron tan buenos padres y dichos padres que tienen tan cariñosos hijos!.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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