Autonomía de Dios y religiosidad del hombre son dos conceptos difícilmente compatibles. Creer y tener fe no se identifican. Para creer basta la cabeza. Para tener fe se requiere el corazón. Creer es admitir las verdades reveladas por Dios. Fe es fiarse plenamente de Dios, que nos habla.
La diferencia está en que para creer basta la cabeza y la gracia. Para tener fe, se requiere el corazón y la gracia.
Religiosidad significa relación del hombre con Dios. Pero Dios, por su autonomía congénita, no depende de ningún otro elemento creado. A este respecto, hay que reconocer que fe y religiosidad no se identifican, pero se complementan. Todas las personas somos seres racionales y Dios también lo es. Él quiere comunicarse con nosotros y su vocabulario son sus obras y sus palabras.
Según la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. Religión significa relación del hombre con Dios y de Dios con el mundo. Dios tiene un designio de redentor sobre el mundo y para llevarlo a feliz término, entabla diálogo con el hombre, revelándonos su plan salvífico y pidiéndonos nuestra colaboración. Tal colaboración consiste en que nosotros aceptemos su invitación, renunciando a preguntarle a Dios el «porqué «de su proyecto, manteniéndonos en prudente silencio, ya que nos estamos moviendo en espacios de fe. La fe no es claridad, pero es firmeza. La fe más que admitir lo que se nos comunica, es fiarse de quien nos habla. Esto no significa que las verdades de fe sean irracionales: superan nuestro raciocinio, pero no son contrarias a nuestra razón.
Hablando de misterios, no podemos dar razón de porqué lo creemos. Seguimos sin comprender el misterio, pero estamos seguros de que nos mantenemos en la verdad porque bebemos en la fuente del bien y de la verdad. Por su parte, el Señor, que todo lo hace bien, presenta creíbles los misterios, confirmándolos con sus obras.
Cuando el hombre pisó tierra por primera vez, la planta de su pie ocupó el espacio cero de la creación, pero no dejaba de percibir diversos fenómenos en la naturaleza, sin poder explicar su fenomenología. En aquellas circunstancias algunos individuos creyeron descubrir lo específico de tales fenómenos, y manifestaban su punto de vista a sus contemporáneos. Sin embargo, pasado algún tiempo, surgían otros sabios que se creían con más luces y desmentían las teorías de sus antepasados, y presentaban nuevas perspectiva para explicar los fenómenos que contemplaban sus ojos.
Dichos sabios no eran religiosos, y no hacían referencia alguna a la transcendencia, por lo cual sus aportaciones pronto cayeron por tierra.
Providencialmente Dios suscitó a hombres religiosos, cuyos sentimientos sobrenaturales les movieron a mirar al cielo, y concluyeron que en las alturas, tenía que haber un ser superior autor de tales prodigios, y les movió a hablarnos de Dios y de sus maravillas. Fueron los hombres de Dios del A.T., que, como profetas, anunciaron un futuro Mesías, que pondría muy clara la providencia del Señor, diciéndonos que si no creemos sus palabras, aceptemos sus obras, las cuales confirman sus enseñanzas.
En efecto, el Mesías es la Palabra de Dios, cuya infalibilidad es incuestionable. Creámosle.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo