“La memoria es lo que hace fuerte a un pueblo, porque se siente radicado en un camino, en una historia”. Estas palabras del Papa Francisco podrían ser completamente válidas para nuestro país un año después de haber comenzado la ya famosa desescalada.
Parece incomprensible como, después de haber vivido uno de los episodios más trágicos desde el inicio del tercer milenio, nos hayamos olvidado tan pronto de la importancia que dábamos al cuidado de nuestros abuelos y mayores, de los enfermos de riesgo, de aquellos más vulnerables de la sociedad. Pero así ha sucedido: se ha aprobado una ley que posibilita el fin de la vida humana.
Por una parte, hemos convertido a la medicina en mecenas de nuestra propia arbitrariedad, destruyendo su raíz, su etimología más próxima a la salus, salud o salvación. De manera que, lo que servía para cuidarnos, ahora se convierte en juez de la vida de mujeres y hombres.
Por otra parte, se trata de un ahorro económico. Suena trágico, pero es así de cierto. Invertir en cuidados paliativos significaría un mayor gasto para el Estado que el hecho de terminar con una vida. Este es otro de los argumentos que no se dicen con esta claridad, pero que están entre las intenciones de esta ley.
Y, ¿por qué decir que nuestro país ya no tiene memoria? Porque durante el confinamiento todos cuidábamos de que nuestros abuelos no se enfermasen, que en las residencias nadie se contagiase… Se hicieron hasta anuncios publicitarios alertando del peligro que no respetar las normas sanitarias suponía para la familia, especialmente para los mayores. Pero, además, se exigió por parte de toda la sociedad y de la misma situación epidémica, una mayor inversión en sanidad. Y ahora ya nos hemos olvidado de todo ello.
Recuerdo cuando estuve en los Países Bajos, que una persona me contaba que algunos mayores que conocía, tras cumplir la edad de jubilación, se retiraban a otros países porque tenían miedo de enfermar y acabar en un hospital, porque aquello podría suponer un entrar y no volver a salir nunca de allí. En lugar de una ley de la eutanasia, deberíamos haber apoyado a las familias y a los enfermos o mayores que necesitan cuidados paliativos efectivos. ¿Acaso hay algo más valioso que la vida?
Por eso, la Conferencia Episcopal Española nos invita a escribir y registrar nuestro testamento vital. Éste es la expresión escrita de la voluntad de un paciente sobre los tratamientos médicos que desea recibir, o no está dispuesto a aceptar, en la fase final de su vida. Este es el modo que tendremos a partir de ahora de protegernos ante esta ley de la eutanasia. En todas las parroquias de la Diócesis de Lugo y a través de la web de la delegación de familia podrán obtener el impreso y las indicaciones para realizar dicho testamento.
Nicolás Susena.
Delegado de Familia diócesis de Lugo