Cada pocos días y cada vez con más frecuencia sale a la escena pública el tema de la eutanasia. Se usa para ello un lenguaje eufemístico y políticamente correcto, pero todo el mundo sabe de lo que se trata: acabar con una vida que consideramos ya inútil.
Poco a poco nos vamos acostumbrando a este “run run”, como lo hicimos en su día con el aborto, hasta que lo vemos como algo normal que ya no nos escandaliza. Una película, una moción en el Congreso, una entrevista… Pasa lo mismo que con nuestro coche, empieza a hacer un ruido, que al principio nos alarma pero que a los pocos días ya nos acostumbramos, incluso si va en aumento, hasta que nos sorprende una gran avería, cuando ya no podemos hacer nada por evitarla.
Uno puede entender que algunas personas debido a su situación se sientan agobiadas, de tal forma que su ánimo decaiga y deseen que llegue la muerte de una vez para dejar de sufrir.
Lo que me cuesta más entender es que haya tanta gente joven, con salud y con condiciones de vida suficientemente dignas, para la que la vida no tiene absolutamente ningún valor, que admitan como algo normal deshacerse del niño no nacido cuando no interesa, vivir la vida con una tremenda desgana y ponerle fin cuando las cargas empiezan a ser pesadas.
Entiendo que la cuestión no es “aborto sí” o “aborto no”, “eutanasia sí” o “eutanasia no”. Está claro que a nadie se le obliga, pero también es verdad que estas cosas tienen efecto llamada y se contagian, hasta parecer que son normales, cuando no lo son.
La cuestión primera, desde mi punto de vista, es saber por qué la vida perdió tanto valor hasta este deprecio de la misma, precisamente cuando más debiéramos cuidarla: la indefensión de una persona no nacida y la de la enferma o anciana que se ve sola en su situación.
¿De dónde brota este hastío que invade la vida de las personas para que su valor descienda de tal modo que ya solo pende de un fino hilo? ¿Qué hicimos para que sea precisamente en los países más desarrollados, donde menos se desarrolle la vida, con más abortos, menos natalidad, más suicidios y ahora la eutanasia? ¿Qué hicimos para que la vida humana valga menos que la de un perro? ¿Cómo hemos llegado a convertir al hombre en el peor enemigo de sí mismo?
Parece que el homo homini lupus del filósofo del siglo XVIII Hobbes se hace realidad en el siglo XXI. Claro que ahora, más bien, unos hombres hacen de lobos y otros de inocentes corderitos, sin posibilidad alguna de defenderse.
El aborto y la eutanasia son la expresión más clara del vacío que invade a las personas cuando solo estamos llenas de materialismo. Rompemos con nuestras raíces creyéndonos fruto de una simple casualidad y frustramos nuestras ansias de perpetuidad poniendo fin a una vida de la que desconocemos su origen. No solo acortamos los días de nuestra vida, sino que también reducimos a la mínima expresión su dignidad, decidiendo arbitrariamente cuándo tenemos que morir.
Estas “ideas suicidas” invalidan todas las palabras de aquellos que se les llena la boca hablando de políticas sociales para ayudar a los más desfavorecidos.
Termino con una oración del Papa Pablo VI, recientemente canonizado: Oh Cristo, único mediador nuestro:/Te necesitamos, oh único y auténtico maestro/de las verdades recónditas e indispensables de la vida,/para conocer nuestro ser y nuestro destino,/así como el camino para alcanzarlo.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
Enlaces desde blogs, webs y agregadores:
[…] [Artigo orixinal] […]
Enlaces desde Twitter y trackbacks:
Comentarios a esta entrada:
Opina sobre esta entrada: