Este tema, tal vez, parezca un poco trasnochado porque actualmente no se habla de él. Sin embargo, yo pienso que sigue estando de actualidad, por ello aprovecho la hoja parroquial para hacer un sencillo comentario.
El Rosario es contemplación de Cristo, es una oración completa, simple, profunda en su contenido y en su riqueza de gracia.
El Rosario, decía Pío XII, «es el compendio de todo el evangelio» y Pablo VI: «Es oración evangélica, porque del Evangelio saca los enunciados de los misterios y las fórmulas principales; en el evangelio se inspira para repetir el anuncio del ángel y el consentimiento de María.
Rezar el Rosario implica contemplar a Cristo. Mirando hacia sus misterios, asimilarlos, vivirlos e irradiarlos al mundo, con María.
Pablo VI nos recordaba: «Oración evangélica, centrada en el misterio de la encarnación redentora, el Rosario es una oración netamente cristológica. La repetición de las Avemarías es una alabanza a Cristo, término final del anuncio del ángel y del saludo de la madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu vientre». La repetición del Avemaría constituye el núcleo sobre el que se desarrolla la contemplación de los misterios.
El Jesús que es reclamado en cada Avemaría es el mismo que en la sucesión de los misterios se va proponiendo a la contemplación: Hijo De Dios, y de la Virgen María, nacido en Belén, presentado por la madre en el Templo, joven preocupado por las cosas del Padre, redentor en Getsemaní, azotado, coronado de espinas, muerto en la cruz y sentado a la derecha del Padre y dándonos el Espíritu Santo.
Quisiera subrayar que el Rosario lo debemos contemplar. Sin contemplación el rosario «es como un cuerpo sin alma». «Por su naturaleza el rosario pide un clima tranquilo, que favorezca al que ora la contemplación, la meditación de los misterios anunciados, vistos desde Aquella que vivió tan cerca de Jesús «.
Quien reza el Rosario, tal como debe rezarse, encuentra en este una llave contemplativa, deseos de hacer larga oración… y nos prepara para vivir en Cristo. El Rosario no lo debemos reducir a una mera devoción. Es un instrumento de salvación, no solamente individual, sino social y pastoral.
Una simple mirada a los misterios que contemplamos en el Rosario, debe ser un punto de partida para intentar cambiar nuestra vida, debe llevarnos a una conversión constante y hacernos crecer en nuestra vida espiritual.
El Padrenuestro, oración enseñada por Jesús, refleja la más austera exigencia del evangelio, la primacía del Reino de Dios por encima de todas las realidades, el cumplimiento de la voluntad de Dios, el perdón de las ofensas, la lucha contra las tentaciones. No podemos rezar el Rosario sin mirar al evangelio.
El Avemaría nos coloca en el acontecimiento central de la historia: la encarnación del hijo de Dios y nos va llevando a vivir con exigencia la vida de María y de Jesús.
El Gloria al Padre: es la gran alabanza a la Santísima Trinidad, como valor supremo de la historia.
En los misterios de gozo resuena la bella noticia: el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser hijo adoptivo De Dios. De aquí arranca la gran dignidad de la persona humana con todas las consecuencias.
En las grandes necesidades de nuestra humanidad y de la Iglesia está el campo de la familia, educación de los hijos, la vocación de los esposos, el crecimiento en el amor y la incidencia social de la fe. La familia cristiana es la Iglesia doméstica, como dice el Vaticano II, y en ella se desarrolla el amor y la oración en común. No hay duda de que el Rosario se ha de considerar como una de las excelentes y eficaces oraciones en común, que la familia cristiana es invitada a rezar.
La pasión del Señor se renueva allí donde se peca. El pecado ha crucificado y continúa crucificando a Dios. El Rosario con la meditación de los misterios dolorosos, nos debe llevar al dolor de los pecados, al arrepentimiento de los mismos, a una conversión de vida y como consecuencia al sacramento del perdón
Cuando contemplamos los misterios gloriosos, revivimos el Misterio de la Pascua del Señor. Pasamos de la muerte a la vida, del sufrimiento al gozo y de la humillación a la gloria del cielo. María quiere ponernos en la órbita de su hijo Resucitado. Dejemos que ella y su Hijo nos ayuden a hacer realidad, ya, aquí y ahora el reino de Dios.
En los nuevos misterios de la luz vemos al Señor en su carrera apostólica. Contemplamos que el cristiano, por el Bautismo, es consagrado al Señor y debe ser el hombre y la mujer del testimonio. El cristiano es por esencia evangelizador. Sino no es cristiano. Por el Bautismo, estamos también llamados a ser el hombre nuevo, creado a imagen de Jesucristo.
Intentemos, reavivar e intensificar nuestra devoción a María, a través del rosario meditado y Ella nos ayudará a: «hacer lo que Jesús nos diga…»
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