INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

La catolicidad, misión de la Iglesia

enero 29, 2021 · 22:51 1

Urge que revisemos la valoración que hacemos de los bienes de este mundo, y en qué fundamos las grandezas de la tierra. Pensamos que los grandes de la sociedad lo son, porque tienen muchos subordinados a sus órdenes; que cuentan con muchos asalariados para subvenir todas sus necesidades y hasta sus caprichos.

Decimos que “grandes” son los que tienen mucho poder para imponer su voluntad a los demás. Estamos equivocados: rey no es el que más manda, sino el que más sirve; el que se preocupa del bien de la comunidad a su cargo. De esto nos da ejemplo el Señor, que todo lo hizo para nuestro bien, y en todo busca nuestra felicidad. Para hacernos felices, creó dos paraísos: uno terrenal y otro celestial. Diríase que Dios dio al hombre vocación de cielo, pero antes de llevarle a la felicidad celestial, le regaló una felicidad plena, aunque temporal.

A este proyecto de felicidad paradisíaca, no correspondió el hombre, y con su desavenencia, convirtió su vocación de cielo, en vida de desdicha, pero en el cielo, hay cabida para todos. Los vacíos no caben en el corazón de Dios ni las ausencias de sus hijos son ajenas a sus divinos sentimientos. Por eso el decreto de eterna redención no se hizo esperar. Dios dispuso que su Divino Hijo se encarnase y restaurase el primitivo paraíso temporal, malogrado por el hombre.

Tal restauración la hizo realidad Jesús, fundando la Iglesia para recuperar el deteriorado paraíso del mundo. Esa ha sido la intencionalidad del Padre y también la misión del Hijo: devolverle a la sociedad el clima paradisíaco malogrado por la infidelidad del hombre, y disponerle para el futuro paraíso celestial. En efecto, la función de la Iglesia es restaurar el mal causado por el pecado, y garantizarle al hombre la eterna felicidad.

El plan redentor de Cristo es ser portador de bienestar para el presente, y garantía de gloria para el futuro. La estructura de la Iglesia lo demuestra palpablemente. En su constitución eclesial, puso el Señor catorce artículos doctrinales (los artículos de la fe) y un decálogo de comportamiento, cuyos diez preceptos se sintetizan en amar a Dios y amar al prójimo. El comportamiento de esta doble normativa conductual garantiza una convivencia pacífica, en la tierra. Así debe ser la vida de los hijos de la Iglesia de Cristo.

La Iglesia es católica extensivamente, porque a ella estamos llamados todos, y es católica intensivamente, porque sus miembros deben aceptar todo el mensaje de Jesús y valorar todos sus sacramentos. En ella se entra por el bautismo, que purifica de todo pecado y nos hace Hijos de Dios, y está llamada a crecer, porque así lo ordenó el Señor a los Apóstoles: “Predicad el Evangelio a todas las gentes».

Sin embargo, en la Iglesia oficial hay bautizados que no merecen llamarse cristianos, ya que no viven los compromisos bautismales. Hablando humorísticamente, podría decirse de ellos que “más que bautizados son cristianos pasados por agua”. Los que niegan alguna verdad revelada, son herejes, y los que no reconocen la jerarquía de la Iglesia son cismáticos. Unos y otros se han separado voluntariamente de la Iglesia Católica, no pertenecen a ella. El cisma más notable ha sido el de la Iglesia oriental, provocado por el patriarca Miguel Celurario que, en el año 1054, rompió con el Papa León IX, al que no reconoció como cabeza de la Iglesia.

Otras muchas facciones se han separado de la verdadera Iglesia de Cristo. Lo lamentamos, pero no podemos mirarlos con ojeriza, porque, aunque equivocados, también ellos buscan a Dios, siguiendo el dictamen de su conciencia. Compadezcámoslos y pidamos al Señor que algún día reconozcan a la Iglesia Católica, como la verdadera Iglesia de Cristo y, sobre todo, amémoslo, porque el amor une más que el raciocinio. Amémoslos a todos ya que es más lo que nos une, que lo que nos separa.

Termino. Una madre se despedía de su hija que se embarcaba para el extranjero, y mientras le daba el último abrazo, le dijo, mirando al cielo: “hija, ¿ves aquella estrella? Pues desde el extranjero, mírala todos los días. Yo la miraré desde aquí, y que en ella se encuentren nuestras miradas».

¡Bonito ejemplo!

 

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

Enlaces desde blogs, webs y agregadores:

Enlaces desde Twitter y trackbacks:

Comentarios a esta entrada:

Opina sobre esta entrada:

Al pulsar 'Enviar' aceptas las Normas de Participación. [Abrir emoticonos] [Configura tu icono personal]