INDALECIO GÓMEZ VARELA | 23 DE FEBRERO DE 2020

La familia del mañana (III)

febrero 22, 2020 · 21:00 1

Nada más comenzar estas líneas, dudé si titularlas con la frase arriba consignada: «La Familia del mañana» o “El mañana de La Familia», pero enseguida caí en la cuenta de que el significado de ambas expresiones es tan sinónimo, que cualquiera de las dos vale para sintetizar lo que me propongo decir sobre el futuro de nuestras familias. Cada lector escoja la que crea más ajustada al tema.

Para acertar en la opinión de la suerte que espera a la familia del mañana, se me ocurre mirar a los árboles de nuestros bosques: en su floración se recrean nuestros ojos; de sus frutos se complacen nuestros paladares; pero se corre el peligro de que nos olvidemos de que la aportación de estos productos se debe a las raíces. La carencia de raíces impide que el árbol produzca hojas, flores y frutos. Las raíces condicionan la vida y la productividad del árbol. Esto es aplicable al dinamismo de las familias.

En cada hogar conviven varias generaciones: abuelos, padres, hijos, nietos…; y entre ellos existen múltiples interdependencias: la experiencia de los abuelos enriquece la vida de los hijos; la fortaleza de los padres garantiza el crecimiento y la madurez de los jóvenes, y la inocencia de los niños rejuvenece la ancianidad de los mayores. En una palabra, el comportamiento de las generaciones de hoy condiciona las conductas de las generaciones del mañana. Nosotros somos las raíces de las futuras generaciones. De nosotros depende el mundo del mañana.

Convenzámonos de ello y en vez de seguir juzgando condenatoriamente al mundo de hoy, sintámonos responsables de la historia venidera, y capacitémosla para que su talante sea un clima de verdad, de justicia y de fraternal convivencia. Y puesto que los hombres de hoy somos los condicionantes de los hombres del mañana, esforcémonos por acrecentar la herencia de buenas costumbres que nos legaron nuestros mayores, para que de nuestras raíces broten abundantes árboles portadores de una política que cuide del progreso social de los pueblos; de una educación más rica en verdades y en valores, y de unos ciudadanos más humanos y más cristianos. Pero para que estas raíces produzcan tales frutos, también ellas requieren ciertos cuidados que las capaciten para trasmitir al árbol que brote de ellas, fertilidad productora de ricos frutos. En el desierto la vegetación se muere por falta de riego. En el país de los eternos hielos, las plantas no dan fruto porque la savia se congela en los vasos de su rama, y en la tierra de fuego, los múltiples incendios forestales devastan los bosques y convierten el suelo en fatal desolación.

Aplíquese esta siniestralidad a nuestras familias. Y comprobaremos que los efectos son similares. En el hogar en el que falte el agua de una paternidad responsable, no pueden crecer sanas costumbres, y allí donde falte el ejemplo testimonial de los mayores, surge la corrupción ambiental. Para evitarlo, Jesús pide nuestra cooperación diciéndonos que seamos “Luz y Sal” para nuestros contemporáneos. Aceptemos, pues, este reto del Señor, y de nuestras manos saldrán unas familias más auténticas y el mañana será mejor.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo S. I. Catedral Basílica de Lugo

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