Hoy se celebra el Día de la Iglesia Diocesana. Es esta una jornada en la que se nos recuerda nuestra pertenencia a una diócesis, en el caso de los lectores de El Progreso, a la de Lugo o Mondoñedo-Ferrol.
Todos, especialmente en el mundo rural y seamos más o menos practicantes, tenemos claro el sentido de pertenencia a nuestra parroquia, a la que sentimos como algo propio. No pasa así con el sentimiento de pertenencia a una diócesis, ya que es algo que nos suele quedar más lejano y por lo que también perdemos el sentido de fraternidad con los fieles de las parroquias más lejanas a la nuestra.
Es ya tradicional que por este día se hagan públicas las cuentas de las diócesis (las pueden ver en la revista que se distribuye este domingo en todas las iglesias). Suele ser algo por lo que todo el mundo tiene mucha curiosidad, incluso para los que dicen no ser miembros de la Iglesia, como si fuera algo misterioso de lo que no se puede saber nada.
Sin embargo, en el día a día no es algo que demanden aquellos que sienten a la parroquia o a la diócesis como algo propio. Los que acuden habitualmente a la iglesia, para vivir y celebrar la fe en Jesucristo resucitado, conocen con detalle las necesidades materiales de las parroquias y de dónde vienen sus ingresos, y colabora cada uno cada uno en función de sus posibilidades. En cualquier caso, para quien no lo sepa, los ingresos de las diócesis y de las parroquias vienen en su mayoría de la aportación de los fieles: bien por donativos directos, bien por la asignación voluntaria a través de la declaración del IRPF.
Quien analice un poco las cuentas de nuestra Diócesis puede pensar que los números son demasiado grandes. Pero también para esto necesitamos asomarnos y acercarnos a la realidad diocesana, para ver todo lo que hay, a pesar de estar en una época de decadencia. A lo mejor no es tanto si nos damos cuenta de que hay que atender 1139 parroquias (además de otros lugares de culto) con la correspondiente conservación de sus templos e instalaciones; también hay que pensar en el sustento de los 200 sacerdotes, así como de la nómina de las personas que trabajan en la Diócesis, dedicadas a tareas administrativas y pastorales.
Pero la parte económica, a pesar de ser la más llamativa como decía más arriba, no es la más importante. Es verdad que los recursos económicos facilitan las tareas, pero no son lo esencial.
Todos sabemos perfectamente que hay cosas que no se compran con dinero. En mi vida de sacerdote reconozco que muchas veces dudo acerca de si todo lo que hago servirá de algo, porque veo cómo muchas veces todo queda reducido a un «evento social» al que me han llamado por una tradición.
Pero otras veces, hay pequeños milagros que compensan con creces los malos ratos, como cuando llega alguien al despacho y te dice «vengo a hablar un rato» y allí suelta todo lo que hay que hay que soltar. O cuándo te envían un mensaje para comunicarte una buena noticia y decirte que «cuántas cosas me salen bien con mi cambio de vida al Señor». O el peregrino que pide confesarse porque «trae la mochila cargada con piedras muy pesadas», y que te dice que ahora ya se va mucho más ligero. O el feligrés que te agradece las palabras de la homilía en el funeral de su padre porque le «dieron mucha paz».
Todo esto y mucho más es la vida de la Parroquia y de la Diócesis, no en vano, aquí te puedes encontrar con el mejor: Jesucristo.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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