EL CORREO DE LOS LECTORES

Orar

abril 8, 2019 · 20:00 0

Estamos en cuaresma un tiempo en el que se nos invita a intensificar nuestra relación con Dios, es decir a orar. Pero yo me pregunto ¿sabemos lo que es orar?

Según santa Teresa es: «tratar muchas veces a solas, con quien sabemos que nos ama».

Y sigo preguntándome ¿a orar se aprende?

En alguna ocasión he escuchado decir que, para orar, lo mismo que para dar un beso, sólo hace falta cariño. Si lo sientes besarás, y si no, no besarás por muchas artes de besar que uno conozca.

No estoy muy de acuerdo con este dicho, pues pienso que sí se aprende, pero necesitamos que nos enseñen. Al menos yo necesito que me enseñen a:

  • Escuchar a Dios cuando llama a mi puerta.
  • Hacer silencio para ser capaz de esa escucha.
  • Dejarme llevar hasta el desierto donde El me quiere hablar al corazón.
  • Responder al Dios que se me ha revelado en la persona de Jesucristo.
  • A convencerme de que Dios es padre y me ama.
  • Creer, pero sobre todo a sentirme amada.
  • Darme cuenta de que orar no es un trato de negocios, sino de
  • Descubrir las huellas de la presencia de Dios, en todas partes y en todos los acontecimientos.
  • Atravesar áridos valles y noches oscuras, mientras ando buscando su rostro.

Con frecuencia se escucha en reuniones de grupos apostólicos o entre amigos que nos cuesta orar, porque no sabemos. Lo que sabemos es rezar, es decir recitar, más o menos consciente, fórmulas previamente sabidas porque esto no nos resulta difícil.

Pero orar, lo que se dice una relación de diálogo amoroso con Dios, en actitud de recogimiento, de escucha, de contemplación, esto ya nos resulta más difícil. Recuerdo haber leído, hace tiempo, unas frases de santa Teresa que confirman esta dificultad, más o menos decía así «aunque este año había leído buenos libros, no sabía cómo proceder en oración, ni cómo recogerme». «Estas cosas de la oración siempre fueron difíciles».

Difícil sí, pero no imposible. ¿No será cuestión de Fe?, ¿no es esta virtud la que me dice que por mi misma soy incapaz de relacionarme con el Señor?, ¿no es también la Fe la que me dice que es el Espíritu Santo, quien no sólo me capacita para orar, sino también lo que tengo que responder al Dios que me llama?

Al que nadie es capaz de escuchar una noticia de radio si no sintoniza la emisora, yo necesito de la Fe para ponerme a la escucha del Señor. Pero como la Fe es un don necesito pedirle constantemente a Dios que me la conceda.

Por otra parte, la oración será, a su vez, el alimento más eficaz de esa misma Fe.

A veces cuando reflexiono sobre la oración, se me ocurre pensar que orar, en el fondo es sentirse amado por un Dios personal, un Dios que tiene rostro. Como dice el salmista «tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro». Y el rostro de Dios, se llama Jesucristo que me ha demostrado a costa de su propia sangre, hasta qué punto me ama Dios.

Orar, pues, más que hablar, supone escuchar al Amado con el que debo procurar mantener una conexión frecuente y además buscar tiempo y espacio para encuentros más largos de diálogo con él, para pedirle, agradecerle, alabarle y para escuchar qué planes tiene Dios para mí.

Hace unos días escuchaba una anécdota, en radio María, que transcribo porque puede ayudar a ilustrar lo que vengo comentando.

En una ocasión un sacerdote fue a visitar a un enfermo y al entrar en la habitación observó que delante de la mesilla, muy pegada a la cama, había una silla vacía, el sacerdote pensó que el enfermo esperaba una visita y para ella era la silla. Al preguntar el sacerdote al enfermo si esperaba visita, él le contestó ¡¡nooo!!, ¿lo dice por la silla? sí contestó el sacerdote, el enfermo mirándolo le dijo «padre es que estaba haciendo un rato de oración y cuando hago oración siempre le pongo una silla vacía a Jesús y lo imagino sentado en ella hablándome y escuchándome «. Me gusta esta forma de orar e intentaré ponerla en práctica.

Después de esta reflexión, llego a la conclusión de que para orar tengo que fundir mi Fe y mi amor a Jesucristo.

Y no olvidar que, así como, el oxígeno que respiro me da la vida, la oración es la vida del alma y sin ella difícilmente podré tener una vida espiritual que me ayude a caminar hacia la santidad, a la que estoy llamada. Dice Jesús en el evangelio: «sed santos, como vuestro Padre es santo».

Pido a la Virgen, ella que fue maestra de oración, me enseñe a ser alma de oración.

JVL

 

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