Por Mario Vázquez Carballo

Dios ¿un niño?

diciembre 24, 2017 · 1:55 0

En el lenguaje común de la Navidad hablamos de “El niño Dios”, e incluso nos parece natural afirmar que “un Dios nos ha nacido”. Pero cuando de verdad se piensa y se quiere razonar la fe, ya que creer es razonable, es difícil imaginarse el hecho de que Dios se haya querido hacer hombre, habitar entre nosotros en una época de la historia, asumir llorar y ser amamantado en los pechos de una madre mientras ensucia con toda naturalidad los pañales. Un niño que, como afirman los Evangelios, crecía en edad, sabiduría y bondad y que, a pesar de todo ello, descubre progresivamente y cada vez con más profundidad, que no es de este mundo.

Su relación de amistad y de servicio a los más pobres y a todos sin excepción, sus milagros y su capacidad de liderazgo frente a los poderosos del mundo, las fundamenta en las relaciones de igualdad con su Padre del cielo y con el Espíritu Santo defensor. ¿Cómo es posible imaginarse esto de un modo adecuado? La verdad es que a la Iglesia naciente también le costaba entender el Misterio. Hasta el año 451 en el Concilio de Calcedonia (hoy un barrio de Estambul) no se formuló  con claridad que Jesucristo es “a la vez verdadero Dios y verdadero hombre”. Y este, Jesús, el Cristo, es el Dios de la creación, de la alianza y de la projimidad que en el misterio de la ENCARNACIÓN (Navidad) se radicaliza como creador en creación y se solidariza con lo más débil para asumirlo y salvarlo.

Cuando alguien descubre a este Dios o es encontrado por él, le acontece lo que a un peregrino sediento que inesperadamente vislumbra en el camino del desierto un oasis con agua, árboles y sombras en medio de una verde pradera. Pero Dios no es tanto un oasis que nosotros encontramos, sino El Viviente que ya nos ha encontrado a nosotros haciéndose excesivamente humano y el encontradizo como forastero en los caminos de Emaús. Es tan respetuoso con nuestras libertades que alumbra nuestro camino aunque no le hagamos caso a los resplandores de su verdad y que se da a conocer sólo a quien de alguna forma le mira, le tiende la mano, le quiere recoger en su regazo, le abre su puerta o responde a su constante llamada.

Este niño, frágil, pobre, pequeño…, puede ser adorado (como los Reyes Magos y los Pastores) o rechazado, incluso buscado para aniquilarle, como el Herodes de entonces o los asesinos de inocentes de siempre.

En su faz de desconocido e inesperado se inscriben las esperanzas y deseos más hondos de los humanos. Quien tiene los ojos abiertos a la Verdad, la Belleza y la Bondad puede alcanzar a reconocerle y sorprenderse de cómo siempre había contado con él y le había esperado pacientemente, aun cuando sólo ahora, en medio de tantas luces navideñas, en una tenue luz de intimidad, descubra en profundidad lo que la espera y el anhelo previos contenían.

Este Dios no está muerto. Hasta Nietzsche, el pensador, cantor de la “muerte de Dios” y del orgullo del hombre, se preguntaba: “¿Está muerto Dios? ¿Qué sucederá si me encuentro cara a cara con él, yo que construí mi vida en la roca de la incredulidad?” (F. Nietzsche, El Anticristo). Por eso prefiero terminar este artículo con una hermosa frase de R. Tagore: “Cada niño que viene al mundo nos dice: -Dios aún espera del hombre-”. ¿Dios?: ¡un niño!  He ahí el misterio.

Mario Vázquez Carballo

Vicario General del Obispado de Lugo

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