@El correo de los lectores

Debemos tener esperanza

abril 25, 2017 · 21:54 0

Queridos amigos:

En esta Semana Santa he estado leyendo, meditando, sobre la muerte. Me pregunto: ¿Por qué le tenemos tanto miedo? ¿Por qué tenemos miedo al dolor, a la incapacidad y a la enfermedad? Son realidades propias de la naturaleza humana por las que vamos a pasar, en mayor o menor medido y más pronto o más tarde.

¿Por qué nos preparamos para una excelente formación académica, profesional, sea cual sea? ¿Por qué no nos formamos para el trato con las personas, el respeto, el saber dar malas noticias, el poder tener una deferencia con el que está pasando un mal momento, en lugar de alejarnos?

Estamos avanzando a pasos agigantados en cuanto a nuevas tecnologías, a inventos que cada día se van haciendo hueco en nuestros hogares y nuestras vidas y, sin embargo, somos cada día más impersonales.

Me encanta la vida de los pueblos. A pesar de que están perdiendo muchas de sus peculiaridades, (por eso “del progreso y la globalización,”) siguen manteniendo, una red humana excepcional, que tiene sus pros y contras, pero que pesan más a mi modo de ver los pros. En los pueblos que yo conozco , que tienen características geográficas, de idioma, de gustos tanto festivos como culinarios, distintos, puedo observar que tienen mucho  en común: la atención a las personas, la escucha, el apoyo, el saber acompañar a los enfermos  y a los muertos son muy similares. Todo ello lo llevan en su forma de vida como algo natural.

Me sigo haciendo preguntas: ¿Por qué en las ciudades hemos perdido las buenas costumbres de la vida de los pueblos? ¿Por qué un niño no puede estar con su abuela enferma o no (creo que sobra este no) ir al entierro de alguien de su familia? ¿Por qué no llevamos a los niños en las visitas a los enfermos? ¿Por qué los niños no pueden tener amigos con dificultades de aprendizaje o discapacidad física, sensorial o psíquica? No es contagioso, por el contrario, ayuda y es muy gratificante para las dos partes. Me encantaría que nos enriqueciéramos con esas acciones, que participáramos como si de comer fuera.

La gente de la que me rodeo es muy colaboradora cuando ocurren catástrofes, con la ayuda a niños necesitados. Se implican en las necesidades que puedan tener en otras partes del mundo o de nuestra ciudad. Sin embargo, ¿no pueden ir a visitar a su tía, un primo, la abuela o una amiga al hospital? ¿De qué tenemos miedo?

Nosotros, los cristianos somos muy privilegiados, “porque nuestra vida no se acaba con la muerte, pasamos a una mejor vida”, y sin embargo muy pocos quieren irse cuando tenemos que hacerlo. Los sacerdotes son nuestros guías espirituales, y a ellos debemos de acudir para hablar de estas “cuestiones”. Ellos están en contacto con la muerte y con la vida, ¿quién mejor que ellos para hablar? Posiblemente no cambie nada, pero ¿por qué no reflexionar sobre ello? Quizás los frutos los veamos más tarde. Debemos tener esperanza.

Y.R.

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