INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

Acojamos al Señor

mayo 5, 2023 · 18:22 1

La celebración más solemne del calendario litúrgico de la religión cristiana es la Pascua del Señor en su doble edición: Pascua de Navidad y Pascua de Resurrección. A esta fiesta se refiere el Papa emérito Benedicto XVI, recientemente fallecido, en su libro sobre la vida de Jesús de Nazaret. Jesucristo en la plenitud de su vida pública realizó milagros que nadie había realizado hasta entonces.

Entre ellos había curado la ceguera de un invidente de nacimiento, con evidente admiración de todos sus convecinos. Hasta entonces todos lo miraban como uno más del pueblo, pero ante el milagro que acababa de realizar, muchos comenzaron a sospechar si no sería hijo de Dios, que ha bajado del cielo, para curar a su pueblo de las idolatrías paganas.

Sin poderse explicar cómo el hijo de José y de María hacía tales maravillas, comenzaron a pensar cómo Dios había podido enviar al mundo un ser para hacer tanto bien a los hombres enemigos de Dios. Por tal motivo, surge un rechazo universal contra El y quieren quitarle de en medio. Sin embargo, según los libros sagrados de los judíos, en los que todos los ortodoxos tenían fe, Jesús es el Hijo de Dios, bajado del Cielo por obra y gracia del Espíritu Santo.

Con este acontecimiento, comienza un tiempo nuevo que divide la historia en dos mitades, cuyos nombres bíblicos se denominan Antiguo y Nuevo Testamento. Considerados religiosamente estos dos tiempos, la diferencia es abismal. El relato del Antiguo Testamento discurre en un clima legalista, que pesa como una losa sobre la conciencia del hombre; y el Nuevo Testamento rezuma amor misericordioso de Dios, portador de perdón a manos llenas, crucificado en el Calvario por todos nosotros.

Cuando se trata de estrenar un acontecimiento novedoso, del cual no tenemos experiencia, se requiere prepararlo debidamente, para evitar novedades fraudulentas, y éste es el caso de las pascuas cristianas.

Novedosa ha sido la Pascua de la Encarnación del Mesías, la cual el Señor preparó cuidadosamente, anunciándola en el Antiguo Testamento y nutriéndola de esperanza por la voz de los patriarcas y profetas, e igualmente ha sucedido con la Pascua de la Resurrección del Señor, de la cual se nos había dicho que sería crucificado, muerto y sepultado, y que al tercer día resucitaría de entre los muertos. De estos acontecimientos no se olvida la Iglesia y los recuerda, celebrándolas cada año, preparando la Navidad y preparando la Resurrección del Señor con la liturgia pascual, tiempo de triunfo y de esperanza. Estamos en camino de Cielo. Caminemos sin desfallecer, hasta alcanzar la meta.

Dios creó al hombre para tener a quien amar y hacerle feliz, y, con tal finalidad hizo del mundo un paraíso terrenal, similar al reino celestial, para que los humanos pudieran ser felices, con el encargo de que lo cuidaran y lo hiciesen crecer. Para posibilitar tal cometido, la divina providencia les regaló una constitución llamada Decálogo, cuya síntesis es el amor a Dios y a los hermanos. Pero los hombres, tentados por las fuerzas del mal, lejos de ser fieles a la voluntad del Creador, fueron sus depredadores, y comieron del fruto prohibido, y el paraíso terrenal se convirtió en valle de lágrimas.

Sin embargo el Buen Dios no dimitió del primer proyecto y decretó la redención del mundo mejorándolo progresivamente. Primero «puso la mano» en el mundo enriqueciéndolo con todos los bienes de la creación. En segundo lugar enriqueció al mismo hombre con los dones de la conciencia y del corazón. En un tercer momento decretó la redención del mundo.

Ahora Dios, que nunca había dejado de amar con amor de padre, ahora ya se siente correspondido con el amor de su propio Hijo. La sangre redentora de Cristo ha purificado el corazón empecatado del hombre, pero aún redimido, sigue siendo vulnerable y susceptible de ser nuevamente tentado. Pero en evitación de ser nuevamente vencido, el Señor funda la Iglesia, prolongadora de la obra santificadora de Cristo.

Desde este momento, la materia prima ya la tenemos en nuestras manos. La conciencia nos capacita para distinguir el bien del mal. La oración y la piedad nos recuerdan que Dios está a nuestro lado. Nuestras caídas son subsanables. La voluntad de Dios es el Cielo. Allí nos espera el Señor. Jesús ha resucitado. Para nosotros también habrá resurrección.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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