Homilía del Obispo de Lugo en la Misa Funeral por Benedicto XVI

Benedicto XVI, «cooperador de la verdad»

enero 4, 2023 · 23:06 0

Queridos hermanos,

Celebramos esta Santa Misa por el eterno descanso de Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un hombre de Dios para nuestro tiempo. Su entrega y su obra en medio de la Iglesia, de muchas maneras a lo largo de su vida –aunque siempre sacerdote–, lo hizo un miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Su respuesta de fe sencilla lo acercó a Dios y le hizo dar mucho fruto para bien de su Pueblo.

Llamado por el Señor a la misión de sucesor de Pedro, principio visible de unidad en la fe y en la comunión de toda la Iglesia, es para nosotros también signo de paternidad, de nuestra pertenencia común a la gran familia nacida del amor redentor de Cristo.

Hoy queremos encomendarlo al Señor de la vida y de la misericordia, para que le revele la anchura, la altura y la profundidad de su Amor eterno, en quien creyó y por quien quiso vivir.

En su labor buscó siempre acoger la verdad de la fe, se esforzó en comprenderla y amarla, y en saber decirla en los modos adecuados al hombre de hoy. De hecho, ha llevado a cabo un diálogo epocal con la razón moderna y sus desafíos, con las diferentes propuestas de comprensión o de reinterpretación de lo cristiano; y ha pensado siempre también en horizonte ecuménico, dialogando de modo destacado con la teología protestante, tan presente en su mundo alemán.

Quiso mostrar la anchura de la razón, superando sus estrechamientos y reducciones, la hondura de inteligencia a la que abre la fe, y la necesidad intrínseca que tienen la una de la otra, la fe y la razón, como las dos alas con las que es posible volar. Pudo hacerlo gracias a su estudio constante, y a un gran conocimiento histórico, filosófico y teológico. Fue sin duda, en este sentido, un gran científico, que la historia de la teología recordará con gratitud.

En la raíz de su obra estaba, sin embargo, una certeza de fe crecida en las duras experiencias de sus primeros tiempos de vida: la evidente inconsistencia de las pretensiones de ideologías contemporáneas, que habían destruido lo más humano de la persona y extendido la muerte, que habían devastado Europa y su patria alemana; junto con la convicción plena de que sólo puede entregarse conciencia y corazón a Jesucristo, al Hijo de Dios, por quien perder la vida es ganarla. Desde esta experiencia elemental y profunda, que conformó su vida, defenderá ya siempre la verdad de la fe cristiana, así como la urgencia de no censurar de ningún modo, de  no  reducir la búsqueda y los horizontes de la razón.

Esto proclamará en las palabras iniciales de su primera encíclica: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

Para nosotros, ha llegado a ser un guía bueno, luminoso, con el que orientarnos en la selva de las opiniones y el conflicto de las interpretaciones. Su enseñanza seguirá ayudándonos a entender y vivir la fe como adultos, con certeza y calma, sin miedos ni complejos ante ninguna ideología; sin ceder a “la dictadura de un relativismo” con el que hoy se pone en cuestión lo fundamental de lo humano, ni a una pretensión de poder –también político– que piensa poder someter, transformar, dominar a voluntad nuestra propia naturaleza, lo que somos por don de Dios, alma y cuerpo. Ha sido, según su deseo, “cooperador de la verdad”, contribuyendo a que podamos vivir la fe con “la riqueza de su plena inteligencia” (Col 2,2), sin que nos engañen “con teorías y vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo” (Col 2,8).

En su diálogo amplio y profundo con la razón y el mundo moderno, en su búsqueda de expresar convincentemente la verdad del Evangelio y de manifestar la luz de la fe, Benedicto XVI fue un hombre del Concilio Vaticano II, llamado luego providencialmente a contribuir de modo decisivo a su recepción, a su comprensión y puesta en práctica, evitando posiciones alejadas de la intención conciliar, que podían distorsionar sus enseñanzas.

También por esta misión suya, sabiamente llevada a cabo, hemos de dar gracias a Dios. Porque ha significado acompañar a su Pueblo en una etapa tan decisiva de su historia como la que fue introducida por la renovación conciliar, que sigue siendo determinante de nuestra experiencia eclesial.

Dios ha querido darnos en Benedicto XVI también un pastor inteligente en estos momentos singulares del postconcilio, que, desde la sede petrina, ha sabido cuidar de las “ovejas” débiles o enfermas y alimentar a las “robustas” del rebaño del Señor. A todos nos consuela percibir así que nuestra historia creyente, como Pueblo de Dios, está en las manos seguras y sabias del Señor Jesús, que podemos caminar tranquilos en la comunión de su Iglesia, en nuestra tierra y en nuestro tiempo, ciertos de que Él nos dará los ministerios y los carismas necesarios, la gracia adecuada y oportuna en cada momento.

Benedicto XVI ha vivido una fe que procuró siempre y apasionadamente la inteligencia, la comprensión de la verdad, la forma mejor de entenderse y de decirse. La fe, sin embargo, es esencialmente sencilla, es un reconocimiento, una adhesión de corazón a Jesús, en quien Dios se nos entrega visible y humanamente, y se dirige así al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. También para Benedicto la fe tenía esta sencillez profunda, estaba enraizada en el corazón y el afecto, estaba conformada por su experiencia de Iglesia desde niño, por su cultura y su tierra.

No es posible separar su fe de su historia personal, pero tampoco de su Baviera natal, de sus templos barrocos, llenos de luz, de ternura y calor; ni separarla de la participación en la liturgia, popular y cuidada, bella, expresiva en sus ritos y en su arte, particularmente en la música.

La fe en Benedicto era concreta, vinculada a lo particular de su tierra natal, a sus formas y tradiciones. Pero así vemos cómo la fe verdadera, que es universal, que podrá hablar a todas las gentes, dialogar con todas las culturas, incluso desde la misma cátedra de Pedro, es siempre también concreta, tiene color y sonido, se transmite en el propio pueblo, como una perla preciosísima envuelta en lo mejor de la propia tierra y de la propia historia: en el cariño y el afecto, en la familiaridad y la cercanía, en la madurez de personas profundamente cristianas, en la experiencia de la liturgia y de la música, en la religiosidad popular.

Es una promesa también para nosotros. La fe, vivida en las formas más cercanas y queridas, las propias de nuestra tierra, según nuestra tradición y religiosidad, está cargada de las riquezas de la sabiduría y de la inteligencia, del tesoro de la caridad y de la esperanza. Es universal y católica, abre los horizontes del futuro y supera las fronteras; nos une, de todos los pueblos y lenguas, sin distinción ninguna ni discriminación, en la única comunión de la Iglesia del Señor.

De Dios, y de los bienes inmensos que Él ha querido darnos enviando a su Hijo Jesús, nacido en Belén del seno de la Virgen María, nos ha hablado Benedicto XVI; a testimoniarlo ha dedicado su vida.

Son bienes que iluminan la existencia y la renuevan, que la introducen en la amistad con Dios y en la unidad de los hermanos; que traen el cielo –su luz, su gracia y su verdad– a la tierra y que llevan la tierra al cielo. Esto deseamos y pedimos hoy al Señor para Benedicto XVI: que sea llevado al hogar del cielo y entre en el gozo de su Señor, que vea la plenitud de lo que ha amado, libre ya de las limitaciones de este mundo y de todo pecado.

Y esto pedimos confiados también para todos nosotros y nuestros seres queridos: permanecer en la verdad de la fe, arraigados y edificados en Cristo Jesús (cf. Col 2,7), tener la gracia de realizar todo lo bueno a lo que Dios ha destinado a cada uno, y alcanzar el gozo y la vida eterna a la que el Señor nos llama, y que pregustamos ya ahora, invitados por Él a la mesa de la Eucaristía, memorial de su muerte y de su resurrección, alimento para el camino, sacramento de nuestra fe y sostén de nuestra esperanza.

+Alfonso Carrasco Rouco

Obispo de Lugo

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