Miguel Ángel Álvarez Pérez | 14 de julio de 2019

De graduados, juras y padrinos

julio 13, 2019 · 21:00 1

¿Quién no se paró a mirar más de una vez las orlas que cuelgan en los despachos de los médicos y abogados? ¿Quién no enseñó con orgullo a su familia y a sus amigos la orla de graduación de su hijo o nieto?

Este tipo de actos solo se hacían cuando uno terminaba los estudios universitarios. Pero de un tiempo a esta parte, también se prodigaron a otros niveles de estudios: hasta los niños que terminan la Educación Infantil hacen su acto de graduación, con su correspondiente orla, diploma acreditativo y hasta su birreta. Por supuesto, con la posterior publicación en las RR. SS. Basta con un ordenador e impresora para montar un acto de graduación en un santiamén.

Se me ocurre que se podrían comparar las graduaciones de las distintas etapas de la vida académica con la recepción de sacramentos, después de un período de formación catequética, pero hay una gran diferencia. Vamos a ver.

Cuando un universitario se gradúa es para vivir en todos los sentidos de aquello para lo que se estuvo preparando duramente durando los largos años de universidad. Por lo general, no tendría lógica que una persona estudiase Medicina para después dedicarse a otra cosa totalmente distinta.

Sin embargo, en el caso de la catequesis y los sacramentos estamos acostumbrados a ver lo contrario. En el caso de la Primera Comunión, en la mayoría de los casos, más bien se trata de hacer la primera, la única y la última comunión, pues los niños no vuelven a misa nunca más, si es que alguna vez vinieron con cierta regularidad.

Muchos padres envían a sus hijos a la catequesis para recibir los sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación, pero esos niños nunca van a vivir de los sacramentos recibidos. Es «graduarse» y no volver a querer saber absolutamente nada de aquello para los que se estuvieron preparando durante dos o tres años.

Por una parte, casi comprendo que unos padres por sus hijos hacen lo que sea, y si hay que hacer una fiesta, aunque para ellos sea anacrónica y sin sentido, se hace; o también por eso de que «siempre se hizo así»; o por si hay una mínima duda de que «algo que tiene que haber».

Pero por otra parte no entiendo cómo alguien pide o desea algo que tiene claro que no va a usar nunca. ¿A quién se le ocurriría ir a una tienda comprar algo que no desea ni necesita ni va a usar nunca?

Cuando solo importa el evento social, la fiesta y la parafernalia, también se explica el tema de la elección de los padrinos del bautismo: ¿para qué se va a exigir que estén confirmados y en condiciones de ser padrinos?

Vuelvo con otro ejemplo, en este caso del mundo jurídico, que también se repetirá con frecuencia durante los próximos días. Me refiero al acto de jura de la Constitución de los nuevos abogados, para que el que también escogen a un abogado amigo y experimentado para que los acompañe como padrino. Las condiciones para esta misión de apadrinamiento son obvias: tiene que ser un experimentado abogado y al mismo tiempo alguien cercano y querido para el nuevo letrado. Independientemente de lo que digan las normas para este tipo de actos, a nadie se le ocurriría llevar de padrino a su amigo del alma de la infancia y mejor persona, pero que estudió otra carrera o se quedó en el primer curso de Derecho. Para ser un buen abogado necesita las indicaciones de un abogado veterano, no las de un amigo.

Entonces, ¿por qué escojo para mi hijo unos padrinos que no están en condiciones de ser padrinos? Si lo hago así es que el bautismo de mi hijo y su educación cristiana me importan tres pimientos. Al igual que en caso anterior, si quiero que mi hijo sea cristiano (por eso lo bautizo) también querré que sus padrinos sean personas que, además de buenas, reúnan las condiciones para que ayuden a mi hijo a ser un buen cristiano. No se juzga, por tanto, la bondad o maldad de las personas, sino que estén en condiciones de desempeñar la misión que les es propia.

En los tiempos de hoy no estamos para perder el tiempo ni para hacer cosas en las que no creemos y que además no son obligatorias. No juguemos con los sacramentos y no obliguemos a los curas a desvirtuar las cosas sagradas. No es necesario.

Miguel Ángel Álvarez Pérez

Párroco de A Fonsagrada

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