MIGUEL ÁNGEL ÁLVAREZ PÉREZ | 24 DE MARZO DE 2019

¿Qué me falta?

marzo 23, 2019 · 22:00 1

Según nos cuentan los Evangelios, en cierta ocasión se acercó un joven a Jesús para que le ayudase a heredar la vida eterna. Se trataba de una persona que, por lo que cuenta, desde su adolescencia ya cumplía con los mandamientos, seguramente que con la pretensión de conseguir la ansiada vida eterna. Jesús le constata lo que este joven ya sabía: «una cosa te falta» (Mc 10, 21b).

Este joven tenía un gran camino andado: era consciente que algo le faltaba. Una vez diagnosticado el problema ya está resuelto en buena medida. Conocidas las causas que lo originan y conocido el remedio puede parecer que todo está solucionado. Pero esto es solo la teoría. No siempre estamos dispuestos a renunciar a algunas cosas, aunque ese sea el remedio.

Creo que esta es la situación de muchas personas, también en el momento actual. Tenemos de todo, pero no conseguimos estar bien. A veces conseguimos percibir que algo nos falta, pero no sabemos bien qué. Notamos desajustes en nuestra vida personal o social, pero erramos en el diagnóstico al confundir las consecuencias con las causas.

Muchas veces nos quejamos de que estamos «depres» o tristes. Hay gente que le produce un verdadero pánico que llegue el lunes. Otros no son capaces de soportar a los demás porque creen que solo ellos tienen la razón y parece que viven enfadados con el resto del mundo.

Y no hablemos ya de las cantidades ingentes de antidepresivos, ansiolíticos y pastillas para dormir que se recetan a diario en los consultorios médicos.

Los escaparates de las librerías están llenos de libros de autoayuda para ser felices, para tener éxito en el trabajo, para tener relaciones sanas, etc.

Está claro que algo nos falta. Pero ¿qué es?, o, mejor dicho, ¿quién nos falta?

El joven del Evangelio, al que hacíamos referencia al principio, tenía su seguridad puesta en las riquezas, pero, como vimos, a pesar de sus seguridades era consciente de que algo le faltaba para ser feliz. Busca a Jesucristo sabiendo que es tiene el remedio para su desasosiego. Pero, al final, no está dispuesto a hacer lo que se le dice, porque eso supone renunciar a sus tesoros terrenos para adherirse a los eternos.

El relato evangélico se repite en Agustín de Hipona, pero con final distinto. San Agustín tuvo una juventud en la que «vivió a lo loco». Pero, en medio de sus frivolidades y su aparente buena vida, algo le impide estar en paz consigo mismo. Algo le falta. En su proceso de búsqueda se encuentra con Jesucristo. Supongo que las oraciones acompañadas de lágrimas de su madre tuvieron algo que ver. La vida de san Agustín y su proceso de conversión se resumen en una de sus frases más conocidas: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

Es difícil ocultar la realidad. Podemos mirar para otro lado o esconder la cabeza como el avestruz. Podemos llenar nuestros oídos de ruidos externos, pero nunca podremos acallar la voz de la conciencia, que no es otra que la voz de Dios.

Un poco antes o un poco después, abriremos los ojos y lo oídos de la fe para que podamos ver y escuchar a Jesucristo, que con insistencia lleva tiempo llamando a nuestra puerta. Abrámosle.

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